sábado, 29 de febrero de 2020

El Jardín de Silvana. Cuento sobre las fortalezas de Cartagena.


Dedico este cuento a mi ciudad natal; Cartagena.  A sus fortalezas físicas y espirituales y a todas las Silvanas del mundo.

Debajo del vídeo tenéis la versión escrita.
Cuento escrito por Rosa Fernández Salamanca






EL  JARDÍN DE SILVANA


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Había una vez una pequeña ciudad construida a orillas del mar. Cuenta la Historia que estaba rodeada de cinco pequeñas colinas y que fue conocida en su tiempo como la pequeña Roma. Con el paso de los años construyeron múltiples fortificaciones que formaron los pilares fundamentales de defensa contra aquellos que querían apoderarse de ella por su gran valor. Dos  faros reciben hoy día al visitante, y lujosos cruceros parten de la ciudad para recorrer todo el Mediterráneo. Es una ciudad milenaria, cuna de grandes culturas y mezcla de civilizaciones.
 En ella, vivía hace muchos años,  un rico comerciante que tenía una hija. Cuando la niña era pequeña su madre falleció y el comerciante prometió en su lecho de muerte que cuidaría de ella toda la vida.  Un día Silvana dijo a su padre:
–Papá, no consigo encontrar la felicidad que todo el mundo anhela. Me gustaría  viajar por el mundo por si pudiera hallarla más allá de nuestras fronteras.
–Pero hija, ¿acaso no tienes todo lo que necesitas? ¿No te he mostrado mi amor cada día?
–Sí, papá,  pero me siento vacía, no encuentro el sentido de mi existencia y la insatisfacción me consume.
El padre se entristeció al pensar que había fallado a su hija y, aunque se moría de pena al imaginarse lejos de ella, decidió que la felicidad de Silvana estaba por encima de sus propios sentimientos. La llamó y le dijo:

–Hija mía, si no encuentras aquí junto a los tuyos, lo que tu alma necesita, no seré yo quien te niegue la oportunidad de encontrarlo en otros lugares. Ahora bien, me gustaría que llevaras contigo algunos consejos que te ayudarán con toda seguridad cuando estés sola y lejos de las personas que te aman.
La hija,  emocionada, esperó atentamente las palabras de su padre.
–Dime, papá, ¿qué tienes que decirme?
–No hija, no soy yo la persona que te puede aconsejar. ¡Escucha atentamente! En cada una de las fortificaciones que defienden nuestra ciudad vive un mago lleno de sabiduría.  Cada una es una gran FORTALEZA humana y espiritual. Ellas han mantenido durante siglos nuestra ciudad en pie y han hecho de ella lo que es hoy día. Cada mago es  sabio en una faceta del ser humano y esconde en su saber uno de los grandes secretos de la Felicidad. Antes de marcharte, te pido por favor que visites al menos a tres de ellos, y al final cierres esta peregrinación espiritual con el Mago del Monte San Julián.

La hija aceptó el consejo de su padre. Buscó en un mapa y se dio cuenta de la cantidad de castillos y baterías que había en cada uno de los cerros, colinas y montes de su ciudad. Se echó a reír porque nunca hubiera imaginado que estos sitios estuvieran habitados, ni mucho menos por magos. Así que, llena de curiosidad, se dispuso a la tarea haciendo al azar tres cruces rojas sobre el plano de su ciudad.

Una mañana se encaminó hacia el Monte de la Atalaya, le faltaba el aire cuando llegó a la cima y  apareció ante ella un castillo bastante deteriorado con 5 baluartes en la planta baja. La puerta estaba destrozada y no parecía que allí viviera nadie.

–¿Hay alguien aquí? –gritó Silvana.

Desde la planta de arriba asomó la cabeza  un anciano que le contestó que tendría que subir por la escalera de caracol de piedra para llegar hasta él. Silvana pensó que ya no tenía fuerzas, había gastado el último aliento pero, un último esfuerzo la llevó junto al mago.  Era un anciano con los ojos cansados y el cabello blanco, irradiaba felicidad mientras observaba la ciudad desde la terraza superior. La belleza del paisaje desde aquel punto estratégico impregnó la mirada de Silvana.

El anciano se giró hacia ella y le dijo:
–Solo desde la distancia se puede ver la verdadera dimensión de las cosas. Busca en tu casa una zona donde puedas construir un pequeño jardín. Elige entre las flores las que más te gusten y planta las semillas. Cuando veas que tus plantas han florecido,  estarás preparada para realizar tu viaje. 
La chica le dio las gracias y se fue  pensando lo mucho que le gustaban las orquídeas blancas.

A  la semana siguiente se había propuesto subir a su segundo destino: el Castillo de la Concepción. Estaba muy cerca del centro de la ciudad y no le costó trabajo llegar a él. No sabía dónde buscar al mago, paseó por todo el recinto,  tropezó  con algunos pavos reales y al final lo encontró echando migas de pan a unos patos que vivían en el estanque; irradiaba felicidad mientras alimentaba a las aves.
–¡Buenos días! –dijo la  muchacha–. ¿Es usted el mago de esta fortaleza?
–¿Mago? Cada uno de nosotros somos magos cuando hacemos algo por los demás. La magia vive en cada una de las personas. Para estos animalitos soy un mago.

Silvana miró a su alrededor y vio el cariño con el que los patos picoteaban en la mano del anciano, y cómo los pavos reales  desplegaban su hermoso plumaje ante él. Se le erizó de pronto la piel al pensar en esa nueva definición de mago: un ser vivo que hace que otros crean que la magia existe.

El anciano, de mirada penetrante, miró fijamente a la muchacha y dijo:
–No pierdas tiempo, hay un montón de seres vivos allá abajo que necesitan de tu magia–. Metió la mano en su bolsillo y puso entre las manos de ella una bolsita imaginaria de terciopelo negro llena de polvos mágicos.

Silvana se marchó emocionada por la lección recibida del anciano. A la bajada, dio un paseo por la zona del puerto pesquero y había un grupo de gaviotas arremolinadas alrededor de un barco que echaba al mar los restos de la limpieza del pescado. Sonrió y pensó que aquellas gaviotas debían creer en la magia.
Regresaba ya  hacia su casa, cuando de pronto, encontró un hombre tapado con cartones bajo el hueco de la escalera de la Muralla de Carlos III, y sin pensarlo, decidió usar sus polvos mágicos con aquel indigente.  Cada día, antes de que el vagabundo despertara dejaba un plato de comida caliente en aquel lugar.

Apenas había visitado  dos fortificaciones y ya intuía la riqueza espiritual que guardaba cada una de ellas. Su curiosidad por seguir aprendiendo cosas de aquellos sabios la estimulaban a levantarse cada día.

A la tercera semana  tenía previsto subir a las ruinas de la Batería del monte Roldán. Aquel día, Silvana disfrutó mucho de la subida haciendo senderismo. Se había levantado la niebla de la mañana, e inconscientemente se vio disfrutando del camino, se fijaba en cada una de las plantas que veía y se paraba a observar las aves. No sintió la prisa por llegar a la cima. Cuando alcanzó el Mirador se sentó en unas rocas y no sabemos el tiempo que estuvo en silencio formando parte del paisaje. El ejercicio había despertado en su interior algunas hormonas llamadas de la felicidad. Algo en su cuerpo empezaba a hablarle.

Como si alguien la estuviera llamando se puso de nuevo en camino. Le quedaba un poco menos de la mitad para llegar a la cima, casi 500 metros sobre el nivel del mar, ¡cuanto más alto, más plena se sentía!
Merodeó por ahí para intentar averiguar en cuál de todos los edificios viviría el mago. Atravesó el patio de retaguardia y echó un vistazo  encontrando varias estancias, y algunos pasillos estrechos y oscuros que le recordaron un laberinto.

El mago apareció enseguida desde el exterior del edificio y la saludó amablemente:

–Me imagino que estás buscándome.
–¡Buenos días, señor! –dijo la muchacha–. He venido a visitarle. Necesito su ayuda.  No sé cuál es la dirección que debo tomar para lograr la felicidad. Me siento confusa entre pasillos estrechos que no sé a dónde me llevan.
–Las sensaciones internas  –dijo el sabio–,  son la brújula que te harán elegir el camino para realizarte en la vida. Si no las escuchas, jamás lo encontrarás. Tienes que prestar más atención a esas señales. Ellas te ayudarán a elegir.
El mago siguió diciéndole:
–Todos tenemos un propósito en la vida, una misión. La felicidad se encuentra en los momentos y en los lugares más inesperados. Solemos tropezar con ella en las cosas que hacemos.

Aquella noche Silvana durmió profundamente. Hacía tiempo que sus pensamientos no estaban tan quietos y una serenidad la invadió.

Todavía le faltaba visitar su última fortificación. Algo estaba cambiando en ella. Sus aventuras la habían acostumbrado al placer de caminar y sentir el contacto con la tierra. Disfrutaba cada vez más de sus paseos en solitario y del silencio de su mente.  Subió al Monte de San Julián pero  nadie salió a recibirla. Se quedó un rato observando el paisaje, llenándose de esa ciudad que la vio nacer. Cuando reaccionó, entró en las ruinas del castillo y al fondo, vio al mago  medio dormido sentado en un viejo sillón.  Era un anciano de cuerpo delgado, las arrugas de su rostro le hicieron pensar en que podría ser centenario. Vestía ropas normales y no había nada en su presencia física que le dijera que era un ser con poderes. La muchacha se acercó sin hacer ruido:

–¿Quién está ahí? –dijo el anciano.
­­­–Soy yo, Silvana, la hija del comerciante. Perdone que le moleste, no era mi intención asustarle.
–¿Qué quieres de mí?  –dijo el anciano.
La muchacha se acercó un poco más para poder mirarlo de cerca y se quedó sorprendida al observar que el anciano no veía.
–Perdone, no sabía que era usted ciego.
–Son muchos años los que tengo ya. Mis ojos se cansaron hace tiempo y mi cuerpo empieza a dar señales de que necesita reposo. Pero dime, ¿qué puedo hacer por ti?
–Señor, llevo varias semanas recorriendo las fortalezas y aprendiendo de los consejos que me dan los magos. Me preguntaba qué tiene usted para mí.
–Acércate  –dijo el mago.
La muchacha se acercó y dejó que el anciano le cogiera las manos. El mago las utilizó para saber cómo era Silvana por fuera, y ella para llegar al interior del anciano. El silencio llenó la estancia y hubo una comunicación profunda entre ellos.
–Las personas están tan atentas de mirar hacia fuera -dijo el mago-,  que pierden de vista lo que hay en su interior. La felicidad está en nosotros. Si no encuentras en ti aquello que buscas, será muy difícil que lo encuentres fuera. Busca en lo más profundo de tu ser: en tu espíritu. La felicidad es un sendero interior que te lleva a la  verdadera FORTALEZA.

Pasaron algunos meses y Silvana se dedicó a cuidar sus flores. No solo usó su magia con aquel vagabundo sino que buscó oportunidades para que otras personas creyeran que existía. Daba paseos diarios. Subió Fajardo, Galeras, el monte de las Cenizas, y Despeñaperros explorando su mundo interno… y en cada acción que realizaba escuchaba  las señales de su corazón.

Al llegar la primavera su padre la llamó:
–¡Silvana…! Hija mía, ha llegado el día. Tus plantas han florecido. El jardín está precioso. Todo indica que estás preparada para emprender tu viaje.
–Papá  – contestó su hija–. Inicié mi viaje el día que sentí que necesitaba hacerlo.

La hija abrazó a su padre y este sintió una nueva fortaleza en ella.



Escrito por Rosa Fernández Salamanca

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