Dedico este cuento a mi ciudad natal; Cartagena. A sus fortalezas físicas y espirituales y a todas las Silvanas del mundo.
Debajo del vídeo tenéis la versión escrita.
Cuento escrito por Rosa Fernández Salamanca
Cuento escrito por Rosa Fernández Salamanca
EL JARDÍN DE SILVANA
Había una
vez una pequeña ciudad construida a orillas del mar. Cuenta la Historia que
estaba rodeada de cinco pequeñas colinas y que fue conocida en su tiempo como
la pequeña Roma. Con el paso de los años construyeron múltiples fortificaciones
que formaron los pilares fundamentales de defensa contra aquellos que querían
apoderarse de ella por su gran valor. Dos faros reciben hoy día al visitante, y lujosos
cruceros parten de la ciudad para recorrer todo el Mediterráneo. Es una ciudad
milenaria, cuna de grandes culturas y mezcla de civilizaciones.
En ella, vivía hace muchos años, un rico comerciante que tenía una hija. Cuando
la niña era pequeña su madre falleció y el comerciante prometió en su lecho de
muerte que cuidaría de ella toda la vida.
Un día Silvana dijo a su padre:
–Papá, no consigo encontrar la
felicidad que todo el mundo anhela. Me gustaría viajar por el mundo por si pudiera hallarla
más allá de nuestras fronteras.
–Pero hija, ¿acaso no tienes todo lo
que necesitas? ¿No te he mostrado mi amor cada día?
–Sí, papá, pero me siento vacía, no encuentro el sentido
de mi existencia y la insatisfacción me consume.
El padre se entristeció al pensar que
había fallado a su hija y, aunque se moría de pena al imaginarse lejos de ella,
decidió que la felicidad de Silvana estaba por encima de sus propios
sentimientos. La llamó y le dijo:
–Hija mía, si
no encuentras aquí junto a los tuyos, lo que tu alma necesita, no seré yo quien
te niegue la oportunidad de encontrarlo en otros lugares. Ahora bien, me
gustaría que llevaras contigo algunos consejos que te ayudarán con toda
seguridad cuando estés sola y lejos de las personas que te aman.
La
hija, emocionada, esperó atentamente las
palabras de su padre.
–Dime, papá, ¿qué tienes que decirme?
–No hija, no soy yo la persona que te
puede aconsejar. ¡Escucha atentamente! En cada una de las fortificaciones que
defienden nuestra ciudad vive un mago lleno de sabiduría. Cada una es una gran FORTALEZA humana y
espiritual. Ellas han mantenido durante siglos nuestra ciudad en pie y han
hecho de ella lo que es hoy día. Cada mago es sabio en una faceta del ser humano y esconde
en su saber uno de los grandes secretos de la Felicidad. Antes de marcharte, te
pido por favor que visites al menos a tres de ellos, y al final cierres esta
peregrinación espiritual con el Mago del Monte San Julián.
La hija aceptó el consejo de su
padre. Buscó en un mapa y se dio cuenta de la cantidad de castillos y baterías
que había en cada uno de los cerros, colinas y montes de su ciudad. Se echó a
reír porque nunca hubiera imaginado que estos sitios estuvieran habitados, ni
mucho menos por magos. Así que, llena de curiosidad, se dispuso a la tarea
haciendo al azar tres cruces rojas sobre el plano de su ciudad.
Una mañana se encaminó hacia el Monte
de la Atalaya, le faltaba el aire cuando llegó a la cima y apareció ante ella un castillo bastante
deteriorado con 5 baluartes en la planta baja. La puerta estaba destrozada y no
parecía que allí viviera nadie.
–¿Hay alguien aquí? –gritó Silvana.
Desde la planta de arriba asomó la
cabeza un anciano que le contestó que
tendría que subir por la escalera de caracol de piedra para llegar hasta él.
Silvana pensó que ya no tenía fuerzas, había gastado el último aliento pero, un
último esfuerzo la llevó junto al mago.
Era un anciano con los ojos cansados y el cabello blanco, irradiaba
felicidad mientras observaba la ciudad desde la terraza superior. La belleza
del paisaje desde aquel punto estratégico impregnó la mirada de Silvana.
El anciano se giró hacia ella y le
dijo:
–Solo desde la distancia se puede ver
la verdadera dimensión de las cosas. Busca en tu casa una zona donde puedas
construir un pequeño jardín. Elige entre las flores las que más te gusten y
planta las semillas. Cuando veas que tus plantas han florecido, estarás preparada para realizar tu
viaje.
La chica le dio las gracias y se fue pensando lo mucho que le gustaban las
orquídeas blancas.
A
la semana siguiente se había propuesto subir a su segundo destino: el Castillo
de la Concepción. Estaba muy cerca del centro de la ciudad y no le costó
trabajo llegar a él. No sabía dónde buscar al mago, paseó por todo el recinto, tropezó
con algunos pavos reales y al final lo encontró echando migas de pan a
unos patos que vivían en el estanque; irradiaba felicidad mientras alimentaba a
las aves.
–¡Buenos días! –dijo la muchacha–. ¿Es usted el mago de esta
fortaleza?
–¿Mago? Cada uno de nosotros somos
magos cuando hacemos algo por los demás. La magia vive en cada una de las
personas. Para estos animalitos soy un mago.
Silvana miró a su alrededor y vio el
cariño con el que los patos picoteaban en la mano del anciano, y cómo los pavos
reales desplegaban su hermoso plumaje
ante él. Se le erizó de pronto la piel al pensar en esa nueva definición de
mago: un ser vivo que hace que otros crean que la magia existe.
El anciano, de mirada penetrante,
miró fijamente a la muchacha y dijo:
–No pierdas tiempo, hay un montón de
seres vivos allá abajo que necesitan de tu magia–. Metió la mano en su bolsillo
y puso entre las manos de ella una bolsita imaginaria de terciopelo negro llena
de polvos mágicos.
Silvana se marchó emocionada por la
lección recibida del anciano. A la bajada, dio un paseo por la zona del puerto
pesquero y había un grupo de gaviotas arremolinadas alrededor de un barco que
echaba al mar los restos de la limpieza del pescado. Sonrió y pensó que
aquellas gaviotas debían creer en la magia.
Regresaba ya hacia su casa, cuando de pronto, encontró un
hombre tapado con cartones bajo el hueco de la escalera de la Muralla de Carlos
III, y sin pensarlo, decidió usar sus polvos mágicos con aquel indigente. Cada día, antes de que el vagabundo
despertara dejaba un plato de comida caliente en aquel lugar.
Apenas había visitado dos fortificaciones y ya intuía la riqueza espiritual
que guardaba cada una de ellas. Su curiosidad por seguir aprendiendo cosas de
aquellos sabios la estimulaban a levantarse cada día.
A la tercera semana tenía previsto subir a las ruinas de la
Batería del monte Roldán. Aquel día, Silvana disfrutó mucho de la subida
haciendo senderismo. Se había levantado la niebla de la mañana, e inconscientemente
se vio disfrutando del camino, se fijaba en cada una de las plantas que veía y
se paraba a observar las aves. No sintió la prisa por llegar a la cima. Cuando
alcanzó el Mirador se sentó en unas rocas y no sabemos el tiempo que estuvo en
silencio formando parte del paisaje. El ejercicio había despertado en su
interior algunas hormonas llamadas de la felicidad. Algo en su cuerpo empezaba
a hablarle.
Como si alguien la estuviera llamando
se puso de nuevo en camino. Le quedaba un poco menos de la mitad para llegar a la
cima, casi 500 metros sobre el nivel del mar, ¡cuanto más alto, más plena se
sentía!
Merodeó por ahí para intentar
averiguar en cuál de todos los edificios viviría el mago. Atravesó el patio de
retaguardia y echó un vistazo
encontrando varias estancias, y algunos pasillos estrechos y oscuros que
le recordaron un laberinto.
El mago apareció enseguida desde el
exterior del edificio y la saludó amablemente:
–Me imagino que estás buscándome.
–¡Buenos días, señor! –dijo la
muchacha–. He venido a visitarle. Necesito su ayuda. No sé cuál es la dirección que debo tomar
para lograr la felicidad. Me siento confusa entre pasillos estrechos que no sé
a dónde me llevan.
–Las sensaciones internas –dijo el sabio–, son la brújula que te harán elegir el camino
para realizarte en la vida. Si no las escuchas, jamás lo encontrarás. Tienes
que prestar más atención a esas señales. Ellas te ayudarán a elegir.
El mago siguió diciéndole:
–Todos tenemos un propósito en la
vida, una misión. La felicidad se encuentra en los momentos y en los lugares
más inesperados. Solemos tropezar con ella en las cosas que hacemos.
Aquella noche Silvana durmió
profundamente. Hacía tiempo que sus pensamientos no estaban tan quietos y una
serenidad la invadió.
Todavía le faltaba visitar su última
fortificación. Algo estaba cambiando en ella. Sus aventuras la habían
acostumbrado al placer de caminar y sentir el contacto con la tierra.
Disfrutaba cada vez más de sus paseos en solitario y del silencio de su mente. Subió al Monte de San Julián pero nadie salió a recibirla. Se quedó un rato
observando el paisaje, llenándose de esa ciudad que la vio nacer. Cuando
reaccionó, entró en las ruinas del castillo y al fondo, vio al mago medio dormido sentado en un viejo sillón. Era un anciano de cuerpo delgado, las arrugas
de su rostro le hicieron pensar en que podría ser centenario. Vestía ropas
normales y no había nada en su presencia física que le dijera que era un ser con
poderes. La muchacha se acercó sin hacer ruido:
–¿Quién está ahí? –dijo el anciano.
–Soy yo, Silvana, la hija del
comerciante. Perdone que le moleste, no era mi intención asustarle.
–¿Qué quieres de mí? –dijo el anciano.
La muchacha se acercó un poco más
para poder mirarlo de cerca y se quedó sorprendida al observar que el anciano
no veía.
–Perdone, no sabía que era usted
ciego.
–Son muchos años los que tengo ya.
Mis ojos se cansaron hace tiempo y mi cuerpo empieza a dar señales de que
necesita reposo. Pero dime, ¿qué puedo hacer por ti?
–Señor, llevo varias semanas
recorriendo las fortalezas y aprendiendo de los consejos que me dan los magos. Me
preguntaba qué tiene usted para mí.
–Acércate –dijo el mago.
La muchacha se acercó y dejó que el
anciano le cogiera las manos. El mago las utilizó para saber cómo era Silvana
por fuera, y ella para llegar al interior del anciano. El silencio llenó la
estancia y hubo una comunicación profunda entre ellos.
–Las personas están tan atentas de
mirar hacia fuera -dijo el mago-, que
pierden de vista lo que hay en su interior. La felicidad está en nosotros. Si
no encuentras en ti aquello que buscas, será muy difícil que lo encuentres
fuera. Busca en lo más profundo de tu ser: en tu espíritu. La felicidad es un
sendero interior que te lleva a la
verdadera FORTALEZA.
Pasaron algunos meses y Silvana se dedicó
a cuidar sus flores. No solo usó su magia con aquel vagabundo sino que buscó
oportunidades para que otras personas creyeran que existía. Daba paseos diarios.
Subió Fajardo, Galeras, el monte de las Cenizas, y Despeñaperros explorando su
mundo interno… y en cada acción que realizaba escuchaba las señales de su corazón.
Al llegar la primavera su padre la
llamó:
–¡Silvana…! Hija mía, ha llegado el
día. Tus plantas han florecido. El jardín está precioso. Todo indica que estás
preparada para emprender tu viaje.
–Papá – contestó su hija–. Inicié mi viaje el día
que sentí que necesitaba hacerlo.
La hija abrazó a su padre y este
sintió una nueva fortaleza en ella.
Escrito por Rosa Fernández Salamanca