lunes, 25 de junio de 2018

O es blanco o es negro. Micro escrito por Rosa Fernández Salamanca


Iba una chica con su hija de tres años de la mano, haciendo la compra semanal en el supermercado del barrio. Por la mitad del pasillo de los chocolates venía en sentido contrario un hombre con su hijo en brazos. De pronto la niña gritó:
-Mira, mamá, ¡un negro!
-Calla, Nuria. Eso no se dice.
El hombre que lo escuchó, al pasar junto a la madre la miró serenamente y le dijo:
-No se preocupe, es lo mismo que dice mi hijo cuando ve un blanco.


Rosa

La oruga de los dedos amarillos y el amor. Relato escrito por Rosa Fernández Salamanca


El sombrerero loco llena mi cuarto de preguntas que deja tiradas por el suelo para que yo las recoja, creo que en la cabeza no lleva un sombrero sino una boa tragándose un elefante.

¡Cuánto trabajo le das a la mente para ser un sombrerero loco! La respuesta es fácil. El amor es un sentimiento íntimo y cada loco lo vive a su manera. ¿Cómo yo siendo una niña voy a conocer todos los tipos de amor que existen? Sería una niña pedante y soberbia si por un momento creyera tener en mis manos tantas respuestas. Las respuestas pertenecen al mundo de las ideas, al mundo de Platón, que ya en sus Diálogos exploró cada rincón del alma humana. Yo solo soy una niña llamada Alicia, que vivo en el País de las Maravillas, entre la niñez y la edad adulta, entre la inocencia y la madurez. Platón me enseñó a tomar decisiones en mi vida, a hacer realidad mis sueños, gestionar mi tiempo y disfrutar de las amistades de por vida.


Hace muchos años, una oruga filósofo con los dedos amarillos de tanta nicotina, me retó a realizar un alegato muy difícil para mi corta edad. Me llevó a la famosa Biblioteca Hogwarts, de Harry Potter, y me concedió el tiempo necesario para presentar mi discurso. Estaba muy nerviosa cuando abrí un pequeño sobre azul y lacrado que decía: “Eros y Platón”. Todavía hoy día estoy añadiendo respuestas hipotéticas y posibles argumentos.
La oruga filosófica me metió sin darme cuenta en un camino empedrado de adoquines dorados interminable, donde cada día de mi vida tendría que buscar soluciones y ni siquiera sé si conocer al Mago de Oz me ayudaría.
No podía copiar a pesar de tener miles de volúmenes de libros delante, se trataba de implicarme personalmente en la respuesta.


Actualmente la mayoría de las personas no consideran el amor como una asignatura pendiente, piensan que lo saben todo sobre él o que no hay nada misterioso que saber, lo viven como un sentimiento espontáneo que surge por casualidad, sienten un enamoramiento, un deseo sexual, et voilà.
Pero la historia real que pocos conocen es que todas las noches cuando nos vence el sueño paseamos por un precioso campo de amapolas y no podemos despertar hasta que el mar que llevamos dentro, el Amor, nos toca suavemente y despertamos del hechizo.
Yo creo que la pregunta clave que deberías hacerte a ti mismo, Sombrero loco, sería: ¿cómo aprender a amar? Solo las personas que no pueden bajar del techo de tanto reír, las que se tiran de cabeza por el túnel y atraviesan los espejos, las que se encuentran en el desierto con un príncipe impecablemente vestido, pueden dilatar sus pupilas ante el Amor.
Si quieres la opinión de Alicia más de un siglo después de su aparición, es que el Amor por el que me preguntas no tiene nada que ver con el enamoramiento. Bella entiende, al igual que yo, que la Belleza es única y ama a todos los personajes con los que se encuentra de la misma manera a pesar de su aspecto de Bestia. Todos somos UNO. Da igual si tomas de la pócima o si muerdes la galleta, la puerta te llevará al mismo camino y solo tus lágrimas te harán salir a flote y acceder al otro lado de la puerta. Tenemos que darnos cuenta de que la Belleza que hay en un cuerpo, es la misma que la que hay en otro, somos iguales, compartimos una misma unidad. El Amor no tiene nada que ver con el enamoramiento ni el deseo sexual. El Amor por el que me preguntas es elevado y noble. Busca dar más que recibir. El pirata ama a la gaviota como la gaviota ama el Mar.
El Amor necesita tiempo, necesita que las hormonas se equilibren y que las mariposas reposen en el estómago, es un estado de consolidación con un compromiso de unir dos vidas y dos cuerpos. Y luego hay otro Amor que es el que está escrito en las leyes físicas del Universo, este Amor une las gotas de agua formando mares y océanos..
Conozco una canción que nos cuenta el mundo del revés; donde existen lobos buenos maltratados por ovejas, piratas honrados y brujas hermosas.
Donde antes estaba Alicia, ahora está El sombrerero loco aburrido bajo un árbol leyendo un libro muy extenso de leyes sin dibujos.


Escrito por Rosa Fernández Salamanca
Reservados todos los derechos de autor

Vivencia de cualquier niña en África. Escrito por Rosa Fernández Salamanca. Versión escrita y versión en vídeo.

Relato escrito por Rosa Fernández Salamanca

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Este relato puede herir la sensibilidad de algún oyente pero no contiene imágenes relacionadas directamente con la situación que se denuncia.








Jamelia está sentada sobre el suelo con las piernas abiertas. Dos mujeres la sujetan por los brazos, dos por las piernas y otra por la cintura procurando mantenerla inmóvil ante el dolor inminente. Es una niña de apenas 10 años que nació en un poblado situado a 50 km de Mogadishu, la capital de Somalia. La niña vive allí con su familia que se sustenta de la cría de ganado y de la agricultura. Se trata de un poblado con tradiciones muy arraigadas donde la mayoría de las mujeres ven como algo normal las prácticas de mutilación que dejan a las niñas con secuelas físicas y psicológicas arriesgándolas incluso a la muerte.

El ritual comienza al ponerle un cuchillo ardiendo entre las piernas, realizando unos cortes a derecha y a izquierda con el fin de quitarle los labios menores y el clítoris. La sangre empieza a brotar por todas partes y aunque a priori entumecen la zona con agua fría, los alaridos de Jamelia se clavan en mi cabeza como un taladro martilleando sin cesar. No puedo dejar de ver la sangre brotar de ese pequeño cuerpo en manos de esa mujer que actúa sobre ella con una frialdad propia de una carnicera a la que le pides que te trocee un pollo.


Aamori, es la partera que desde hace muchos años se dedica a realizar estas prácticas a todas las niñas del poblado antes de convertirlas en mujeres adultas. Es una mujer de avanzada edad que fue formada por su madre para continuar con la tradición de esta práctica, del mismo modo que ella iniciará a su hija para cuando ella falte. Es una mujer importante dentro del poblado, no es una curandera, se trata de una experta en mutilaciones femeninas con un prestigio enorme dentro de su territorio, por eso la llaman, Aamori, la mujer cualificada.


La madre, Kimya, nació en el poblado hace 27 años, tiene un hijo pequeño y dos hijas mayores que Jamelia. Su nombre significa “Silencio”, el mismo que guarda cuando observa todo el proceso desde cerca sin decir nada. Ha pasado por este trance tres veces en su vida y sigue siendo fiel a su nombre. Tal vez su propia naturaleza ha dotado a Kimya de una armadura que le impide recordar el dolor sufrido en su propia piel hace tantos años, siendo esa misma armadura la que sujeta su corazón para no morir al ver a su hija retorcerse ante la tortura consentida. Lo tiene tan interiorizado que se siente orgullosa de que Jamelia se esté convirtiendo en una mujer ante los ojos del poblado. Sabe que sin ese trámite no hay oportunidades. La mirada de Kimya oculta los grandes horrores del continente negro.

Hay que jugársela con la muerte, es la única posibilidad que tiene Kimia de darle de nuevo la vida a su hija. No hay otra alternativa: tiene que parirla por segunda vez. Es el único camino para evitar el destierro, poder ser madre y formar una familia en Somalia. No hay más opciones a su alcance.

Cuando terminan la extirpación genital pasan a coser la vagina con aguja e hilo para preservar la virginidad de la niña, dejando únicamente un pequeño orificio para que pueda salir la sangre de la menstruación y la orina. Orificio que provocará infecciones, quistes y enfermedades a lo largo de su vida.
Cuando se case, su marido cogerá una cuchilla y la abrirá. ¡Cuántas veces la humillación visitará el cuerpo de Jamelia!

No puedo dejar de mirar los ojos inmaculados de esa niña teñidos con el rojo del dolor, y el sufrimiento que tolera a pesar de su corta edad. No puedo cesar de escuchar sus alaridos entre los murmullos de mujeres que parecen ir a lo suyo sin escucharla, no puedo evitar mojarme con sus lágrimas que se precipitan hasta sus labios, los únicos que le quedarán para besar y para ser besados.
Jamelia, significa Bella, y para ser Bella en África hay que estar mutilada.


Relato escrito por Rosa Fernández Salamanca

El Principito y la amistad. Cuento corto escrito por Rosa Fernández Salamanca

¡Vaya!- dijo para sí, la oruga filosófica tocándose la barbilla. ¡Cómo voy a explicarle a este mocoso impertinente un concepto tan grande como la amistad!


Volvió a inhalar un poco de su cachimba milagrosa, miró al cielo como distraído y con una risita malvada comenzó su relato:
-Hace algunos años pasó por este mismo lugar un escritor Francés de nombre Antoine. Era un hombre culto y de gran sabiduría humana pero estaba un poco triste.
-¿Y por qué estaba triste? ¿Y qué tiene que ver eso con la amistad?
-Pequeño impertinente- dijo en voz baja. Los niños deben escuchar cuando las orugas filosóficas hablamos. 
Antoine era un reconocido piloto, pionero de la aviación moderna, y tuvo varios accidentes durante sus años de vuelo, uno de ellos en el desierto del Sahara. No tuvo hijos con su mujer y eso lo sumió en una gran tristeza porque no podía transmitir su sabiduría a sus descendientes.


Entonces, esta humilde oruga le propuso: -¿por qué no dejas la aviación y te conviertes en escritor? Podrías inventar en tus libros un niño al que le cedieras toda tu sabiduría. -Haré algo mejor- me dijo Antoine. Crearé un personaje lleno de curiosidad y tendrá que buscar todas las respuestas viajando por el Universo. Y después de fumarnos juntos unas cachimbas y hablar de asuntos de personas grandes desapareció. Nunca más volví a verle.

-Ohhhh! ¡Qué pena! 


-Bueno, pero no perdamos el tiempo con añoranzas del pasado y vamos a centrarnos en el tema que es la amistad:


Érase una vez un príncipe sin princesa que vivía en un planeta enano. No había más príncipes con quien jugar y solo se relacionaba con alguna que otra planta.


-Esa historia es parecida a la mía, señor oruga -dijo el Principito.
-No me interrumpas, niño.


Un día el príncipe sintió en su interior una llamada que le decía que en alguna parte de ese descomunal universo debían existir personas como él. Las plantas con las que se relacionaba no podían colmar su curiosidad innata ni tampoco llenaban la soledad de sus puestas de sol. Por fin, una noche decidió hacer su maleta y lanzarse al espacio en busca de otras personas. Dentro de ella metió la curiosidad que es lo único de valor que tenía consigo. A los pocos días de viaje llegó a un planeta que era cien millones de veces más grande que el suyo y se quedó desconcertado al ver que estaba lleno de personas por todas partes. Estaba asustado ante tanta confusión, la gente andaba muy rápido y apenas lo veían debido a su escasa estatura. Parecían grandes robots mecanizados, no tenían tiempo de hablar con nadie, ni mucho menos con un extraño niño de 6 años.
- ¡Anda…ese príncipe tenía la misma edad que yo!


- Te he dicho que no me interrumpas –le contestó la oruga. Si me sigues interrumpiendo no vas a comprender nada.
Allí no encontró a nadie que pudiera ser su amigo. ¿Entiendes, Principito?


- Sí, Señor oruga. Para tener amigos hay que tener tiempo para compartir con otras personas y no podemos ser herméticos como los robots sino que debemos abrirnos para que los demás puedan entrar en nosotros.


- ¡Y yo que pensaba que un Principito como tú no entendería nada! Te he juzgado mal. 
-Y ¿qué pasó entonces, señor oruga?


-El joven se marchó a toda prisa de ese lugar y cayó de cabeza en otro planeta que se encontraba a treinta años luz del anterior. Era un sitio tranquilo y campestre lleno de príncipes rubios que jugaban en el prado. Los príncipes al verlo lo ayudaron a levantarse del suelo y le curaron una pequeña herida que llevaba en la frente. Después le dieron a probar un batido de fresa que estaban tomando y en menos de cinco minutos todos reían a carcajadas, gastaban bromas y gritaban tonterías mientras disfrutaban dando volteretas como croquetas, trepando a las ramas de los árboles más altos y buscando escarabajos bajo las piedras. Al atardecer estaban muy cansados pero llenos de felicidad.
-Ya entiendo…los amigos hacen que vivamos la vida más intensamente, nos curan, comparten sus meriendas, nos hacen reír a carcajadas, y cuando llega la puesta de sol nos sentimos profundamente felices a su lado. ¿Es así?


-Tú lo has dicho Principito. No necesito explicarte las cosas. Eres un niño muy inteligente. Le pareces a tu padre.


-Yo no tengo padre, señor oruga. Yo vivo en un planeta tan pequeño como una caja de cerillas y allí no hay personas. Solo tengo un rosa y limpio mis volcanes.
- Pues como te iba contando…el joven príncipe, convencido de haber encontrado la amistad quiso volver a su casa contento porque había descubierto la respuesta a su curiosidad, pero al poner rumbo a su planeta se equivocó en los cálculos y cayó cerca de un lago de aguas cristalinas.



Era un planeta precioso, con unos giralunas enormes de blancos pétalos y unas puestas espectaculares de Luna. Las margaritas estaban por todas partes y las amapolas danzaban al ritmo del viento mientras las aves dormidas guardaban sus trinos para los primeros momentos del amanecer. Jamás había visto tanta belleza- pensó el niño al ver el paisaje. Sin embargo, algo le llamó la atención. No sabía muy bien lo que era pero una nostalgia invadió su corazón. En ese instante bautizó a aquel lugar como el PLANETA DEL SILENCIO. El niño se tumbó en el campo de giralunas y quedó oculto por las flores escuchando el mensaje que tenía para él aquel silencio.
¿No dices nada ahora Principito? Te has quedado como el príncipe curioso de mi historia.
El Principito, sentado junto a la oruga filosófica, mantuvo el silencio durante tres largas horas. Y Al final dijo:
-Ahora lo entiendo todo. Ese príncipe de tu historia soy yo. Yo soy ese niño curioso del que hablas que necesita saberlo todo, y tú me has ayudado a saber quién soy viendo mi propio reflejo en tu espejo. Hemos compartido el mismo silencio. Ahora sé que tengo un verdadero amigo en ti.


Cuento corto escrito por Rosa Fernández Salamanca
Reservados todos los derechos de autor

domingo, 24 de junio de 2018

El hermano. Relato escrito por María Dolores Vilar Albaladejo.

El hermano

Hace unos meses conocí a Amijai, era la tarde del Iom Kippur (día del Perdón), estaba dando un paseo por las calles de la vieja Jerusalén, vi a un joven desplomarse, pegó con la cabeza en el suelo empedrado. Salí corriendo hacia él, tenía una brecha en la parte anterior de la cabeza de donde salía sangre a borbotones, me quité la camisa haciendo un vendaje improvisado, el joven estaba inconsciente.
Despierta, abre los ojos ...No me di cuenta que le hablaba en mi idioma, en ese momento perdí mi ubicación, estaba desorientado, solo quería ayudarle. Rápidamente una multitud nos rodeó, un rabino llamó a los servicios de urgencia. La espera se hizo eterna, llegó la ambulancia, me preguntaron si era familiar suyo contesté afirmando con la cabeza  sin pensar, mi tez morena no les hizo dudar y subí a la ambulancia con ellos.
Nos dirigimos al  Makassed Hospital, era el hospital más cercano a la vieja ciudad. En la ambulancia le midieron las constantes vitales, eran normales pero les preocupaba que no despertara. En diez minutos llegaríamos al hospital. Me iban explicando las pruebas médicas que le iban a realizar, intentaba entender lo que me decían, hablaba hebreo, pero me faltaba mucho por aprender. A un erudito en ciencias de la religión como yo, estudioso de los manuscritos del mar muerto, me costaba entender la palabra encefalograma, pulso constante...
Ahí estaba haciéndome pasar por un familiar de este Joven del que no conocía su nombre.
Me di cuenta que tenía sus pertenencias en mis manos, abrí la cartera, su nombre Amijai Fürst, quizás era descendiente de algún judío Alemán que consiguió escapar del Holocausto Nazi. En ese momento Amijai despertó preguntando donde estaba.
-Tranquilo, soy David, te has dado un golpe en la cabeza y has estado unos minutos sin conocimiento, estamos llegando al hospital.
Una vez en el hospital, llamé al padre de Amijai y le conté lo sucedido. Su hijo estaba bien, le estaban haciendo unas pruebas para asegurarse de que no existía ninguna lesión interna. Había sufrido una bajada de tensión y el golpe en la cabeza le había dejado inconsciente. Saulo me pidió que me quedara hasta que llegara. No tardaría mucho, vivían en Nahalat Shiv'a, el tercer barrio fundado fuera de la vieja ciudad.
Me encontraba en la sala de espera cuando Saulo llegó, se acercó a mí, no reparó en mi mano preparada para estrechársela y me besó, es costumbre en los hombres judíos besarse en la mejilla, sus palabras eran de agradecimiento, me invitó a pasar el Shabat en su casa, como muestra de gratitud.

Al atardecer me dirigía hacia la casa de Amijai, viven cerca de la calle Yoel Moshe Solomon, me gusta pasar por esta calle, está llena de paraguas abiertos de colores, parecen que están suspendidos en el aire, le da un aire divertido al barrio y protegen del sol y el calor a los transeúntes. El barrio está formado por casas de piedra transformadas en cafeterías, restaurantes, pubs, galerías de artes y tiendas artesanales. Anduve hasta llegar a un edificio de cuatro pisos.
-Debe ser aquí- me dije.
Me abrió la puerta la madre de Amijai, una mujer atractiva de mediana edad, me invitó a pasar. Saulo apareció sonriente y me presentó a su mujer, Dana.
Pasamos al salón, allí estaba Amijai. Habíamos hablado por teléfono en un par de ocasiones, era la primera vez que nos veíamos desde que lo dejé en el hospital, se acercó a mí  besándome en la mejilla y me abrazó agradeciéndome una vez más lo que había hecho por él.

El shabat comienza el viernes por la noche, dieciocho minutos antes de la puesta del sol. Dana encendió las dos  velas situadas encima de la mesa invitando a entrar a su hogar la paz y la luz espiritual. Nos situamos en torno a la mesa, sobre ella el  jalá cubierto por un paño. Saulo tomó entre sus manos una copa de plata con racimos de uva tallados, realizó el Kidush,  repartió el vino en tres vasos pequeños de plata tallados como la copa, fuimos pasándonos los vasos y bebimos. Nos sentamos a cenar, hablamos sobre su familia, su cultura, compartimos el  jalá mientras hablábamos de mi país, mis costumbres, mi religión.


He quedado con Amijai para comer y conversar sobre la Torá, aunque la conozco, conocerla de manos de un judío en la actualidad, me lleva a entender las costumbres y su religión con una mente más abierta. Mientras transito por las calles de Jerusalén veo a los niños jugando al fútbol, musulmanes, cristianos y judíos juegan, ríen, corren disfrutando de su partidillo. A una mujer tapada con su burka se le caen unos tomates de su bolsa y empiezan a rodar, una joven con sus vaqueros rotos y sus auriculares puestos, se agacha a recogerlos. En la esquina un rabino habla con un hombre de su misma edad, parece un turista. Sin darme cuenta me encuentro ante el Muro de las lamentaciones.
Miro como los cristianos y  hermanos de otras religiones introducen sus peticiones entre las grietas del muro, esperanzados en que se vean cumplidas. Para los judíos, es el lugar más Sagrado, para ellos simboliza la unión del pueblo Judío con Dios. Pensar que millones de personas de distintas religiones han pasado por este lugar durante siglos, me hace pensar que existe un Dios, una energía Universal mayor de lo que somos capaces de entender.
Me acerco por primera vez desde que estoy en Jerusalén para orar. Ante el muro, fijando la vista en sus piedras, doy gracias a Dios por haberme regalado una nueva familia,  un amigo, mi hermano.

                                  Autora: María Dolores Vilar Albaladejo

                                               
                                                 Derechos de autor reservados.

jueves, 7 de junio de 2018

El Principito y la amistad. Escrito por María Dolores Vilar Albaladejo y Rosa Fernández Salamanca.

Hola amig@s: hoy os quiero traer una pequeña historia dividida en dos partes. La primera parte está escrita por María Dolores Vilar Albaladejo y la segunda es mi respuesta a lo que ella me plantea. Seguimos con la temática de Cuentos para todas las edades. Remix de personajes y valores.


EL PRINCIPITO Y LA AMISTAD
                         Escrito por María Dolores Vilar Albaladejo. 
                                             Primera parte

El pequeño Principito se marchó de la fiesta de no cumpleaños sin despedirse del Sombrerero Loco. Pensativo, siguió su camino por el bosque prestando atención a todo. Llegó a un claro lleno de flores, se acercó a obsérvalas y maravillado vio que eran rosas blancas. Él nunca había visto rosas blancas, solo conocía rosas rojas. Miró a su alrededor y espantado vio como unos naipes pintaban las rosas de color rojo. Se acercó a un naipe y le pregunto:
- ¿Por qué convertís las rosas blancas en rojas? 


El naipe no se inmutó, andaba muy atareado pintando a toda velocidad. De repente llegó una liebre blanca con su reloj y exclamó:


-¡Deprisa, deprisa, se acerca la Reina de Corazones¡ ¡Pintad todas las rosas, no hay tiempo, si no termináis os cortará la cabeza¡

La liebre se dirigió al Principito. 


-Amigo, tráeme los guantes blancos, deprisa, no hay tiempo. 
El Principito le contestó:
- Yo no tengo ningún amigo, sólo una rosa y tres volcanes. ¿Qué es un amigo?


La libre no le contestó y siguió corriendo. Al Principito no se le puede dejar una pregunta sin contestar, salió corriendo detrás de la liebre gritando: ¿Qué es un amigo?.... 


En mitad de la carrera se cruzó una lenta oruga filósofa de dedos amarillos.


-¿Dónde vas tan corriendo pequeño? El Principito le contó que iba detrás de la liebre del reloj esperando que le respondiera a su pregunta.


- ¿Qué pregunta? 
- Un amigo….¿ Qué es un amigo?
- ¿Qué tipo de amigo? 
El Principito con su cara de asombro le preguntó:
- ¿Cuántos tipos de amigos hay? ¿Es como los tipos de amor?


La oruga filósofa empezó su disertación: 


-Hay amigos que son conocidos, hay amigos cercanos, lejanos, amigos espirituales, amigos físicos…
El Principito le interrumpió: -¿Que son los amigos espirituales? ¿Que son los amigos físicos? 
La oruga inhaló el humo de su cachimba preparándose para darle una respuesta…

Segunda parte: Escrita por Rosa Fernández Salamanca

¡Vaya!- dijo para sí, la oruga filosófica tocándose la barbilla. ¡Cómo voy a explicarle a este mocoso impertinente un concepto tan grande como la amistad!


Volvió a inhalar un poco de su cachimba milagrosa, miró al cielo como distraído y con una risita malvada comenzó su relato:
-Hace algunos años pasó por este mismo lugar un escritor Francés de nombre Antoine. Era un hombre culto y de gran sabiduría humana pero estaba un poco triste.
-¿Y por qué estaba triste? ¿Y qué tiene que ver eso con la amistad?
-Pequeño impertinente- dijo en voz baja. Los niños deben escuchar cuando las orugas filosóficas hablamos. 
Antoine era un reconocido piloto, pionero de la aviación moderna, y tuvo varios accidentes durante sus años de vuelo, uno de ellos en el desierto del Sahara. No tuvo hijos con su mujer y eso lo sumió en una gran tristeza porque no podía transmitir su sabiduría a sus descendientes.


Entonces, esta humilde oruga le propuso: -¿por qué no dejas la aviación y te conviertes en escritor? Podrías inventar en tus libros un niño al que le cedieras toda tu sabiduría. -Haré algo mejor- me dijo Antoine. Crearé un personaje lleno de curiosidad y tendrá que buscar todas las respuestas viajando por el Universo. Y después de fumarnos juntos unas cachimbas y hablar de asuntos de personas grandes desapareció. Nunca más volví a verle.

-Ohhhh! ¡Qué pena! 


-Bueno, pero no perdamos el tiempo con añoranzas del pasado y vamos a centrarnos en el tema que es la amistad:


Érase una vez un príncipe sin princesa que vivía en un planeta enano. No había más príncipes con quien jugar y solo se relacionaba con alguna que otra planta.


-Esa historia es parecida a la mía, señor oruga -dijo el Principito.
-No me interrumpas, niño.


Un día el príncipe sintió en su interior una llamada que le decía que en alguna parte de ese descomunal universo debían existir personas como él. Las plantas con las que se relacionaba no podían colmar su curiosidad innata ni tampoco llenaban la soledad de sus puestas de sol. Por fin, una noche decidió hacer su maleta y lanzarse al espacio en busca de otras personas. Dentro de ella metió la curiosidad que es lo único de valor que tenía consigo. A los pocos días de viaje llegó a un planeta que era cien millones de veces más grande que el suyo y se quedó desconcertado al ver que estaba lleno de personas por todas partes. Estaba asustado ante tanta confusión, la gente andaba muy rápido y apenas lo veían debido a su escasa estatura. Parecían grandes robots mecanizados, no tenían tiempo de hablar con nadie, ni mucho menos con un extraño niño de 6 años.
- ¡Anda…ese príncipe tenía la misma edad que yo!


- Te he dicho que no me interrumpas –le contestó la oruga. Si me sigues interrumpiendo no vas a comprender nada.
Allí no encontró a nadie que pudiera ser su amigo. ¿Entiendes, Principito?


- Sí, Señor oruga. Para tener amigos hay que tener tiempo para compartir con otras personas y no podemos ser herméticos como los robots sino que debemos abrirnos para que los demás puedan entrar en nosotros.


- ¡Y yo que pensaba que un Principito como tú no entendería nada! Te he juzgado mal. 
-Y ¿qué pasó entonces, señor oruga?


-El joven se marchó a toda prisa de ese lugar y cayó de cabeza en otro planeta que se encontraba a treinta años luz del anterior. Era un sitio tranquilo y campestre lleno de príncipes rubios que jugaban en el prado. Los príncipes al verlo lo ayudaron a levantarse del suelo y le curaron una pequeña herida que llevaba en la frente. Después le dieron a probar un batido de fresa que estaban tomando y en menos de cinco minutos todos reían a carcajadas, gastaban bromas y gritaban tonterías mientras disfrutaban dando volteretas como croquetas, trepando a las ramas de los árboles más altos y buscando escarabajos bajo las piedras. Al atardecer estaban muy cansados pero llenos de felicidad.
-Ya entiendo…los amigos hacen que vivamos la vida más intensamente, nos curan, comparten sus meriendas, nos hacen reír a carcajadas, y cuando llega la puesta de sol nos sentimos profundamente felices a su lado. ¿Es así?


-Tú lo has dicho Principito. No necesito explicarte las cosas. Eres un niño muy inteligente. Le pareces a tu padre.


-Yo no tengo padre, señor oruga. Yo vivo en un planeta tan pequeño como una caja de cerillas y allí no hay personas. Solo tengo un rosa y cuido de unos cuantos baobabs.
- Pues como te iba contando…el joven príncipe, convencido de haber encontrado la amistad quiso volver a su casa contento porque había descubierto la respuesta a su curiosidad, pero al poner rumbo a su planeta se equivocó en los cálculos y cayó cerca de un lago de aguas cristalinas.



Era un planeta precioso, con unos giralunas enormes de blancos pétalos y unas puestas espectaculares de Luna. Las margaritas estaban por todas partes y las amapolas danzaban al ritmo del viento mientras las aves dormidas guardaban sus trinos para los primeros momentos del amanecer. Jamás había visto tanta belleza- pensó el niño al ver el paisaje. Sin embargo, algo le llamó la atención. No sabía muy bien lo que era pero una nostalgia invadió su corazón. En ese instante bautizó a aquel lugar como el PLANETA DEL SILENCIO. El niño se tumbó en el campo de giralunas y quedó oculto por las flores escuchando el mensaje que tenía para él aquel silencio.
¿No dices nada ahora Principito? Te has quedado como el príncipe curioso de mi historia.
El Principito, sentado junto a la oruga filosófica, mantuvo el silencio durante tres largas horas. Y Al final dijo:
-Ahora lo entiendo todo. Ese príncipe de tu historia soy yo. Yo soy ese niño curioso del que hablas que necesita saberlo todo, y tú me has ayudado a saber quién soy viendo mi propio reflejo en tu espejo. Hemos compartido el mismo silencio. Ahora sé que tengo un verdadero amigo en ti.


Cuento corto escrito por Rosa Fernández Salamanca
Reservados todos los derechos de autor
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