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lunes, 30 de mayo de 2022

Historia de amor. Cuento en vídeo.

 Si te gustan las historias de amor tienes que ver este cuento en vídeo. 

viernes, 6 de mayo de 2022

Universo 2. Cuentos para pensar.


                                                                              Cuento escrito por Rosa Fernández Salamanca

Si quieres la versión en vídeo te la dejo en este enlace. Pincha aquí

                                        Universo 2

Era ya muy tarde y Alicia se quedó dormida sobre su mesita blanca de trabajo. La luz amarilla de una pequeña vela alumbraba unos dibujos realizados en su cuaderno: unos azulejitos  pintados a rotulador  formaban un mosaico sin terminar decorando una gran  jardinera de cemento y una orquídea blanca destacaba de entre las demás flores dibujadas. Hacía mucho tiempo que Alicia sentía atracción por las actividades creativas y en los últimos años escribía  cuentos que le ayudaban a relajar y liberar la tensión del ruido de su mente. Ya no era una niña pero en su cuerpo de adulta habitaban todos  sus personajes preferidos, tenía un corazón lleno de compartimentos y en cada uno de ellos había un sueño y una vida. Le gustaba dar segundas oportunidades a los relatos clásicos, cambiar los personajes o mezclarlos, y en otras ocasiones  jugaba a representar  ella misma algún personaje conocido.

Su otro yo más racional le hacía buscar información en distintas ciencias. La Física Cuántica siempre la atrajo y aquella noche, como otras muchas, se había quedado hasta muy tarde leyendo y actualizando sus conocimientos sobre las nuevas corrientes. Se sonreía ella misma al pensar que la racionalidad de todo el Universo giraba en torno a unas partículas juguetonas llamadas cuánticas y que a su vez estaban volviendo loca a toda la Comunidad Científica.  

Lo que más la desconcertaba era ese aire de misterio que envolvía lo desconocido, la incertidumbre, hacer una cosa o no hacerla, y a la vez haberla hecho. No tener que elegir una sola vida, poder  vivirlas todas, soñar  y no ser un sueño. Estas teorías alimentaban su mente para seguir creando historias.
Contaba con la complicidad de Schrödinger; el gato estaba vivo y muerto al mismo tiempo, sus  personajes  podían existir en  unas historias y simultáneamente  en otras, viviendo múltiples vidas aunque fuera en  distintos Universos.
Cada vez que Alicia tomaba una decisión en sus narraciones, estaba  creando literalmente  decenas  de versiones alternativas, que estaban ya fuera de su poder y que se desarrollaban  en  Universos paralelos. Cada decisión abría una nueva puerta, cada puerta creaba un nuevo Universo.


"Menos mal -pensaba en voz alta- que los avances científicos no han encontrado todavía la llave que permita la conciencia de las distintas vidas. Si alguna vez ocurre tendré que crear un paraíso cuántico donde irán a parar todos mis personajes cuando pierdan la cordura."


Y así  transcurría la vida de Alicia; aburrida y divertida, relajada y estresante, sin grandes responsabilidades pero responsable de sus palabras escritas. Y sin saber cómo algo inesperado empezó a suceder. Cuando Alicia terminaba sus cuentos los guardaba en un pequeño secreter de su habitación  para poder concentrarse en los próximos, sin embargo, seguía percibiendo vibraciones de ellos y su mente se llenaba de  emociones  que no pertenecían a su vida actual. Sus sentimientos se supeditaban a hechos que ocurrían en otras dimensiones espaciales, a los estados de ánimo de personajes  que se habían resistido a tener el destino que ella propuso para ellos o a sus  propias vivencias cuando se introducía de incógnito en sus relatos. No sabía cómo pero  quedó entrelazada íntimamente con ellos como dos partículas conectadas a pesar de estar separadas en la distancia.


Pensó en la posibilidad de que no estuviera despierta sino que estuviera inmersa en un sueño en el que el poderoso Dumbledor le hubiera otorgado la conciencia de todas sus vidas. Alicia cantaba y reía, sus ojos se llenaban de emoción, era feliz, amaba y se sentía amada pero de pronto, percibía energías  de algún personaje perverso que se la tenía guardada y la tristeza la invadía.

Tanto era así que empezó a  numerar los Universos de los que tenía conciencia y realizó un gran mural en la pared donde anotaba quién vivía en cada uno, cómo eran sus vidas,  y qué lugar ocupaba ella en aquellas líneas espaciales. Disfrutaba con aquel puzzle multidimensional.



Cuando terminó el invierno Alicia limpió su pequeño jardín, y pintó de nuevo el viejo buzón de cartas oxidado por las lluvias de ese año. Hacía muchos meses que no recibía correspondencia, pero una mañana cuando lucía ese sol que te recuerda la eterna primavera, vio a lo lejos  un hombre mayor de barba blanca  que se acercaba con paso cansado y que echó en el buzón dos cartas manuscritas. Alicia se extrañó al no ver al cartero habitual y al observar cómo el hombre hacía todo el recorrido a pie a pesar de la gran distancia que había entre las casas.
Salió a recogerlas y ya no había rastro de él, ni siquiera se veía la silueta en el horizonte.
"¿Cómo podía haberse marchado tan pronto? -se preguntó Alicia."
Cogió las cartas, entró en la cabaña y se sentó en una vieja mecedora a leerlas junto a la ventana del patio interior.



Su soldadito de plomo le contaba que se casó con la bailarina aunque ella había tenido que dejar de bailar por una lesión en la rodilla. Alicia  de manera inconsciente tocó su pierna recientemente operada de menisco y no pudo evitar emocionarse.
En la segunda carta el hombre de hojalata le explicó que el Mago de Oz le  regaló una compañera y los dotó de dos corazones entrelazados que latían al unísono. De nuevo, Alicia no pudo evitar la tentación de tocar su pecho y susurrar los primeros versos de Cummings: "I carry your heart with me."

Se encontraba desbordada de felicidad. Las lágrimas  apenas la dejaban seguir leyendo aquellas palabras. "¿En qué línea espacial vivían aquellos personajes? ¿Cómo encontraría la forma de responder aquellas cartas extraviadas en otra dimensión?"


Se hizo de día, y Alicia no abrió los ojos hasta que el Sol estaba en su punto más alto. La luz de la vela se había consumido por completo, miró por la ventana  desperezándose tímidamente y vio el buzón recién pintado, se levantó a toda prisa y fue  a abrirlo. Allí encontró una carta del Universo número 2. Alicia había llegado hasta el buzón sin aliento. Le temblaban las manos. Aunque ella ya estaba acostumbrada a sentir vibraciones de otros universos paralelos, esta vez era distinto. El Universo 1 y 2 habían coexistido simultáneamente en el mismo espacio y nunca supo dar una explicación racional a todo lo vivido.


Para comprender la paradoja habría que remontarse muchos años atrás cuando Alicia se iniciaba en la creación de sus primeros cuentos. Era joven y soñadora y le fascinaba el siglo XIX, la belleza y lo perfecto nunca tuvieron interés para ella y pudo centrarse en lo sublime y en la exaltación de las pasiones por encima de la razón. Estaba loca por liberar sus palabras y dar protagonismo a los grandes dramas amorosos que ella imaginaba en su mente.

Pasó muchas horas leyendo a Bécquer, Víctor Hugo, Espronceda... aunque la obra que más impacto dejó sobre ella fue "Alicia en el país de las maravillas" de Lewis Carroll. Esta novela está invadida de paradojas y sin sentidos que Alicia integró en varios de sus cuentos a lo largo de su vida. Tanto fue así, que muchos años después suplantó a Alicia y mantuvo correspondencia con El  Sombrerero Loco con quien hacía pequeñas disertaciones sobre la vida y el amor. El Sombrerero y Alicia desmenuzaron juntos los grandes enigmas del alma sin llegar jamás a conclusiones universales, sino más bien a experiencias no extrapolables a otras situaciones.                    
                                                                          

-No te salgas de la historia, -dijo El Sombrerero- dejemos que el relato continúe.                                      
                                                                     
¿Veis a lo que me refería? No tiene remedio.


Llegó la primavera  y una mañana fresca de abril, Alicia observó que las golondrinas habían vuelto a habitar los nidos construidos bajo las tejas de su casa. Había leído en algún sitio que cada año regresaban los machos y que al poco tiempo volvían  las mismas hembras del año anterior, y le pareció precioso que las aves tuvieran esta capacidad de amar a pesar del tiempo. Miró el jardín y las madreselvas ya cubrían parte de la verja, así que pensó que Bécquer ya le había dado el inicio de su próximo relato. Ahora solo faltaba una gran drama de amor y desamor que hiciera temblar el corazón más escéptico. En cuanto tuviera un rato de inspiración cogería su bolígrafo y comenzaría la historia. Tenía todavía que pensar un nombre para la protagonista y le pareció una idea original ponerle Alicia como ella. Quería llegar a despertar los corazones de los lectores y debía involucrarse en la obra, además, el escenario comenzaría con las golondrinas y las madreselvas de su propio jardín.

A principios de mayo todavía no había escrito nada cuando ocurrió algo inesperado. En el jardín de Alicia florecieron  un tipo de orquídeas jamás vistas con anterioridad en ninguna parte del mundo. Era una especie única y no se conocían los factores que las habían hecho crecer precisamente allí. El pueblo se llenó de curiosos y de renombrados botánicos interesados en estudiar este nuevo ejemplar de tanta belleza.

Las visitas se sucedían unas con otras y Alicia realizaba cada tarde decenas de dibujos a carboncillo desde perspectivas diferentes. Mientras tanto, ante una flor tan delicada, los expertos tomaban notas exactas de temperatura y  humedad... y entre todo ese ir y venir de personas Alicia lo reconoció.


Allí delante de ella estaba su Universo número 2. Daba igual cómo se llamara ni qué apariencia tenía, Alicia sabía que era él. Podía ver el hilo rojo que unía sus meñiques y  por más dificultades que la vida les pusiera en el camino estaba segura de que vivirían una historia digna de cualquier leyenda japonesa. Y así fue, conoció la exaltación más pura
de las emociones y de los sentimientos. Se unieron dos almas destinadas a abrirse la una a la otra.

-¡Vamos, vamos! -dijo El Sombrerero-. Estoy impaciente por saber lo que ocurrió después.



Alicia comprendió la generosidad del amor y por primera vez sintió la grandeza de los versos de Víctor Hugo cuando decía "Te deseo primero que ames, y que amando, también seas amado..." Comprendió que las almas crecen y se ensanchan con el proceso de amar y que la reciprocidad es un regalo que sólo a veces nos concede la vida.


Y entonces creyó que ya estaba preparada para escribir la más bella historia de amor. Se sentó en la mesita de trabajo, encendió una vela, y al abrir su cuaderno se quedó totalmente sorprendida porque las páginas en blanco se habían llenado con un cuento llamado "Universo 2".


-¿Cómo que Universo 2? -dijo Alicia-. No entiendo nada.
¡Sombrererooooo!, ¿no será esto cosa tuya?


Alicia estaba confundida, desorientada, ofuscada  en comprender las cosas con la mente y no con el corazón y así no encontraría la respuesta a lo sucedido. Retrocedió a Lewis Carroll y a sus sinsentidos, recordó que las cosas importantes no pueden verse más que con el corazón, se serenó y se dejó llevar, dejó de buscar explicaciones y comenzó a leer las páginas lentamente. Aquel relato describía a la perfección su historia de amor: gestos, palabras, lágrimas, abrazos y risas. Todo estaba allí detallado hasta el más mínimo suspiro. Alicia se emocionó tanto que no podía seguir leyendo, la felicidad en ese momento era inmensa.
"¿En qué agujero se habría introducido?" Estuvo más de dos horas abrazada a su cuaderno evocando aquellas palabras vividas por ella.

Solo cuando las emociones la dejaron volver al presente se dio cuenta de que había una página que no había leído, y al hacerlo descubrió  el drama que padeció al tener que separarse del Universo 2. El dolor y la angustia  brotaban de cada una de las frases y se intuía cómo unas lágrimas habían corrido la tinta de las últimas palabras. Alicia pasó de la felicidad al infierno en unos segundos, de la realidad a la ficción, y sus lágrimas se unieron también a los últimos  renglones emborronados. 
"¿De quién serían las lágrimas a las que se habían unido las suyas?"

Como  muchas obras literarias del Romanticismo el cuento quedó inacabado y ante el vacío Alicia tuvo que refugiarse en sus relatos para superar el dolor que sentía tras la privación de su ser amado. Fue a partir de ese momento cuando empezó a percibir vibraciones y energías de lugares desconocidos, de relatos, de poemas, de cuentos... Nunca tuvo noticias sobre aquella historia.



Por eso aquella  mañana le temblaban las manos cuando en su buzón halló después de tantos años  una carta del Universo 2. La abrió con mucho cuidado para no estropearla.

"Sombrerero, -decía para sí misma Alicia-, no soy capaz de leerla.  Tanto tiempo esperando... ¿Qué mensaje traerá para mi?"


La leyó, la volvió a leer y lo hizo por lo menos mil veces más hasta dolerle los ojos. Después de eso sintió que estaba en condiciones de terminar aquella historia que quedó inacabada  dentro de un cajón tantos años.

Al anochecer se tumbó en la cama con la intención de crear un final. Se veía el cielo iluminado desde la ventana y comprobó la inmensidad del Universo. El destello de las estrellas era mágico y no importaba si eran astros extinguidos o no. Lo importante es que La Luz era real.


Comenzó a escribir con seguridad. Cuidó cada palabra que escribía, decoró la historia con bosques, con lagos  y flores. Cada despertar era un regalo, cada amanecer  un abrazo. Alicia encontró por fin la serenidad del alma y se deshizo de la incertidumbre para siempre. Mostraba una sonrisa traviesa mientras escribía, como si tuviera la certeza de que aquello no era  un cuento sino un trocito de vida. Un trocito de vida que le quedaba por vivir.

                                              
Rosa♥
                   
                                                                             Cuento escrito por Rosa Fernández Salamanca

sábado, 29 de febrero de 2020

El Jardín de Silvana. Cuento sobre las fortalezas de Cartagena.


Dedico este cuento a mi ciudad natal; Cartagena.  A sus fortalezas físicas y espirituales y a todas las Silvanas del mundo.

Debajo del vídeo tenéis la versión escrita.
Cuento escrito por Rosa Fernández Salamanca






EL  JARDÍN DE SILVANA


Principio del formulario
Final del formulario
Había una vez una pequeña ciudad construida a orillas del mar. Cuenta la Historia que estaba rodeada de cinco pequeñas colinas y que fue conocida en su tiempo como la pequeña Roma. Con el paso de los años construyeron múltiples fortificaciones que formaron los pilares fundamentales de defensa contra aquellos que querían apoderarse de ella por su gran valor. Dos  faros reciben hoy día al visitante, y lujosos cruceros parten de la ciudad para recorrer todo el Mediterráneo. Es una ciudad milenaria, cuna de grandes culturas y mezcla de civilizaciones.
 En ella, vivía hace muchos años,  un rico comerciante que tenía una hija. Cuando la niña era pequeña su madre falleció y el comerciante prometió en su lecho de muerte que cuidaría de ella toda la vida.  Un día Silvana dijo a su padre:
–Papá, no consigo encontrar la felicidad que todo el mundo anhela. Me gustaría  viajar por el mundo por si pudiera hallarla más allá de nuestras fronteras.
–Pero hija, ¿acaso no tienes todo lo que necesitas? ¿No te he mostrado mi amor cada día?
–Sí, papá,  pero me siento vacía, no encuentro el sentido de mi existencia y la insatisfacción me consume.
El padre se entristeció al pensar que había fallado a su hija y, aunque se moría de pena al imaginarse lejos de ella, decidió que la felicidad de Silvana estaba por encima de sus propios sentimientos. La llamó y le dijo:

–Hija mía, si no encuentras aquí junto a los tuyos, lo que tu alma necesita, no seré yo quien te niegue la oportunidad de encontrarlo en otros lugares. Ahora bien, me gustaría que llevaras contigo algunos consejos que te ayudarán con toda seguridad cuando estés sola y lejos de las personas que te aman.
La hija,  emocionada, esperó atentamente las palabras de su padre.
–Dime, papá, ¿qué tienes que decirme?
–No hija, no soy yo la persona que te puede aconsejar. ¡Escucha atentamente! En cada una de las fortificaciones que defienden nuestra ciudad vive un mago lleno de sabiduría.  Cada una es una gran FORTALEZA humana y espiritual. Ellas han mantenido durante siglos nuestra ciudad en pie y han hecho de ella lo que es hoy día. Cada mago es  sabio en una faceta del ser humano y esconde en su saber uno de los grandes secretos de la Felicidad. Antes de marcharte, te pido por favor que visites al menos a tres de ellos, y al final cierres esta peregrinación espiritual con el Mago del Monte San Julián.

La hija aceptó el consejo de su padre. Buscó en un mapa y se dio cuenta de la cantidad de castillos y baterías que había en cada uno de los cerros, colinas y montes de su ciudad. Se echó a reír porque nunca hubiera imaginado que estos sitios estuvieran habitados, ni mucho menos por magos. Así que, llena de curiosidad, se dispuso a la tarea haciendo al azar tres cruces rojas sobre el plano de su ciudad.

Una mañana se encaminó hacia el Monte de la Atalaya, le faltaba el aire cuando llegó a la cima y  apareció ante ella un castillo bastante deteriorado con 5 baluartes en la planta baja. La puerta estaba destrozada y no parecía que allí viviera nadie.

–¿Hay alguien aquí? –gritó Silvana.

Desde la planta de arriba asomó la cabeza  un anciano que le contestó que tendría que subir por la escalera de caracol de piedra para llegar hasta él. Silvana pensó que ya no tenía fuerzas, había gastado el último aliento pero, un último esfuerzo la llevó junto al mago.  Era un anciano con los ojos cansados y el cabello blanco, irradiaba felicidad mientras observaba la ciudad desde la terraza superior. La belleza del paisaje desde aquel punto estratégico impregnó la mirada de Silvana.

El anciano se giró hacia ella y le dijo:
–Solo desde la distancia se puede ver la verdadera dimensión de las cosas. Busca en tu casa una zona donde puedas construir un pequeño jardín. Elige entre las flores las que más te gusten y planta las semillas. Cuando veas que tus plantas han florecido,  estarás preparada para realizar tu viaje. 
La chica le dio las gracias y se fue  pensando lo mucho que le gustaban las orquídeas blancas.

A  la semana siguiente se había propuesto subir a su segundo destino: el Castillo de la Concepción. Estaba muy cerca del centro de la ciudad y no le costó trabajo llegar a él. No sabía dónde buscar al mago, paseó por todo el recinto,  tropezó  con algunos pavos reales y al final lo encontró echando migas de pan a unos patos que vivían en el estanque; irradiaba felicidad mientras alimentaba a las aves.
–¡Buenos días! –dijo la  muchacha–. ¿Es usted el mago de esta fortaleza?
–¿Mago? Cada uno de nosotros somos magos cuando hacemos algo por los demás. La magia vive en cada una de las personas. Para estos animalitos soy un mago.

Silvana miró a su alrededor y vio el cariño con el que los patos picoteaban en la mano del anciano, y cómo los pavos reales  desplegaban su hermoso plumaje ante él. Se le erizó de pronto la piel al pensar en esa nueva definición de mago: un ser vivo que hace que otros crean que la magia existe.

El anciano, de mirada penetrante, miró fijamente a la muchacha y dijo:
–No pierdas tiempo, hay un montón de seres vivos allá abajo que necesitan de tu magia–. Metió la mano en su bolsillo y puso entre las manos de ella una bolsita imaginaria de terciopelo negro llena de polvos mágicos.

Silvana se marchó emocionada por la lección recibida del anciano. A la bajada, dio un paseo por la zona del puerto pesquero y había un grupo de gaviotas arremolinadas alrededor de un barco que echaba al mar los restos de la limpieza del pescado. Sonrió y pensó que aquellas gaviotas debían creer en la magia.
Regresaba ya  hacia su casa, cuando de pronto, encontró un hombre tapado con cartones bajo el hueco de la escalera de la Muralla de Carlos III, y sin pensarlo, decidió usar sus polvos mágicos con aquel indigente.  Cada día, antes de que el vagabundo despertara dejaba un plato de comida caliente en aquel lugar.

Apenas había visitado  dos fortificaciones y ya intuía la riqueza espiritual que guardaba cada una de ellas. Su curiosidad por seguir aprendiendo cosas de aquellos sabios la estimulaban a levantarse cada día.

A la tercera semana  tenía previsto subir a las ruinas de la Batería del monte Roldán. Aquel día, Silvana disfrutó mucho de la subida haciendo senderismo. Se había levantado la niebla de la mañana, e inconscientemente se vio disfrutando del camino, se fijaba en cada una de las plantas que veía y se paraba a observar las aves. No sintió la prisa por llegar a la cima. Cuando alcanzó el Mirador se sentó en unas rocas y no sabemos el tiempo que estuvo en silencio formando parte del paisaje. El ejercicio había despertado en su interior algunas hormonas llamadas de la felicidad. Algo en su cuerpo empezaba a hablarle.

Como si alguien la estuviera llamando se puso de nuevo en camino. Le quedaba un poco menos de la mitad para llegar a la cima, casi 500 metros sobre el nivel del mar, ¡cuanto más alto, más plena se sentía!
Merodeó por ahí para intentar averiguar en cuál de todos los edificios viviría el mago. Atravesó el patio de retaguardia y echó un vistazo  encontrando varias estancias, y algunos pasillos estrechos y oscuros que le recordaron un laberinto.

El mago apareció enseguida desde el exterior del edificio y la saludó amablemente:

–Me imagino que estás buscándome.
–¡Buenos días, señor! –dijo la muchacha–. He venido a visitarle. Necesito su ayuda.  No sé cuál es la dirección que debo tomar para lograr la felicidad. Me siento confusa entre pasillos estrechos que no sé a dónde me llevan.
–Las sensaciones internas  –dijo el sabio–,  son la brújula que te harán elegir el camino para realizarte en la vida. Si no las escuchas, jamás lo encontrarás. Tienes que prestar más atención a esas señales. Ellas te ayudarán a elegir.
El mago siguió diciéndole:
–Todos tenemos un propósito en la vida, una misión. La felicidad se encuentra en los momentos y en los lugares más inesperados. Solemos tropezar con ella en las cosas que hacemos.

Aquella noche Silvana durmió profundamente. Hacía tiempo que sus pensamientos no estaban tan quietos y una serenidad la invadió.

Todavía le faltaba visitar su última fortificación. Algo estaba cambiando en ella. Sus aventuras la habían acostumbrado al placer de caminar y sentir el contacto con la tierra. Disfrutaba cada vez más de sus paseos en solitario y del silencio de su mente.  Subió al Monte de San Julián pero  nadie salió a recibirla. Se quedó un rato observando el paisaje, llenándose de esa ciudad que la vio nacer. Cuando reaccionó, entró en las ruinas del castillo y al fondo, vio al mago  medio dormido sentado en un viejo sillón.  Era un anciano de cuerpo delgado, las arrugas de su rostro le hicieron pensar en que podría ser centenario. Vestía ropas normales y no había nada en su presencia física que le dijera que era un ser con poderes. La muchacha se acercó sin hacer ruido:

–¿Quién está ahí? –dijo el anciano.
­­­–Soy yo, Silvana, la hija del comerciante. Perdone que le moleste, no era mi intención asustarle.
–¿Qué quieres de mí?  –dijo el anciano.
La muchacha se acercó un poco más para poder mirarlo de cerca y se quedó sorprendida al observar que el anciano no veía.
–Perdone, no sabía que era usted ciego.
–Son muchos años los que tengo ya. Mis ojos se cansaron hace tiempo y mi cuerpo empieza a dar señales de que necesita reposo. Pero dime, ¿qué puedo hacer por ti?
–Señor, llevo varias semanas recorriendo las fortalezas y aprendiendo de los consejos que me dan los magos. Me preguntaba qué tiene usted para mí.
–Acércate  –dijo el mago.
La muchacha se acercó y dejó que el anciano le cogiera las manos. El mago las utilizó para saber cómo era Silvana por fuera, y ella para llegar al interior del anciano. El silencio llenó la estancia y hubo una comunicación profunda entre ellos.
–Las personas están tan atentas de mirar hacia fuera -dijo el mago-,  que pierden de vista lo que hay en su interior. La felicidad está en nosotros. Si no encuentras en ti aquello que buscas, será muy difícil que lo encuentres fuera. Busca en lo más profundo de tu ser: en tu espíritu. La felicidad es un sendero interior que te lleva a la  verdadera FORTALEZA.

Pasaron algunos meses y Silvana se dedicó a cuidar sus flores. No solo usó su magia con aquel vagabundo sino que buscó oportunidades para que otras personas creyeran que existía. Daba paseos diarios. Subió Fajardo, Galeras, el monte de las Cenizas, y Despeñaperros explorando su mundo interno… y en cada acción que realizaba escuchaba  las señales de su corazón.

Al llegar la primavera su padre la llamó:
–¡Silvana…! Hija mía, ha llegado el día. Tus plantas han florecido. El jardín está precioso. Todo indica que estás preparada para emprender tu viaje.
–Papá  – contestó su hija–. Inicié mi viaje el día que sentí que necesitaba hacerlo.

La hija abrazó a su padre y este sintió una nueva fortaleza en ella.



Escrito por Rosa Fernández Salamanca

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