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MI SOLDADITO DE PLOMO
Los que habéis leído a Christian Andersen sabréis que los protagonistas de algunos de sus cuentos cobran vida por la noche. No son personas reales, sino juguetes que se despiertan cuando todos duermen y que viven sus propias experiencias. Las personas que escribimos podemos llegar a forjar sentimientos muy reales por los personajes que creamos, y en nuestras fantasías modelamos la realidad a nuestro gusto jugando con el mundo de los sueños y la imaginación. No es posible saber si las cosas que van a pasar en mi cuento ocurrieron de verdad o no.
En mi historia los juguetes cobran vida con los primeros rayos de luz y caen en un trance profundo al anochecer. Nadie sabe lo que sucede en esas horas de oscuridad, en ese vacío de tiempo y memoria.
Lo acontecido en este relato nada tiene que ver con el soldadito de plomo de Andersen. Cualquier parecido con la ficción es pura coincidencia.
MI SOLDADITO DE PLOMO
Hace muchos, muchos años... había un soldadito destinado en una bonita ciudad. Era alto y apuesto como un príncipe y aunque era algo tímido paseaba por las calles orgulloso de sí mismo luciendo su uniforme.
Un día, conoció por casualidad a una bailarina de la cuál se enamoró. La niña no había visto jamás un soldadito tan guapo y solo le bastaron unas cuantas conversaciones para saber que era el amor de su vida.
Para el soldado no había más bailarina que ella. Se enamoró locamente. La metió en sus sueños y le hizo un hueco en su corazón de por vida.
Creo que se enamoraron como lo hacen los personajes de las películas infantiles, como se enamoraron Anna y Cristoff, Rapunzel y Flynn Rider, Pocahontas y John Smith. Sí. Se enamoraron como dos protagonistas de un cuento de niños y fueron felices durante mucho, mucho tiempo, sin ser conscientes de que eran tan sólo dos juguetes en manos del destino.
Un día el soldadito recibió un comunicado de que debía ir a la guerra. Su país lo reclamaba en zonas de conflictos internacionales, no tuvo más remedio que cumplir con su obligación de soldado, y lo hizo con orgullo a pesar del dolor de su corazón. Se marchó sin volver la vista atrás para que nadie viera las lágrimas en sus ojos.
En el trascurso de las interminables batallas el soldado sufrió graves heridas. El plomo de los fusiles enemigos se instaló en varias partes de su cuerpo, incluso hay en su espalda restos de metralla, que nos recuerdan el nombre de este cuento.
La guerra terminó, y la ciudad se llenó de júbilo al recibir a los soldados que por fin volvían a casa. Todas las familias abrazaron a sus seres queridos menos la bailarina. Su soldadito no regresó con los demás.
Lo estuvo esperando durante cuatro años pero ya había perdido la esperanza de que volviera. Quizás su soldadito había encontrado otro amor, o lo que es peor, puede que hubiera perdido la vida en combate.
La bailarina por su parte se volvió a enamorar, se casó y era muy feliz haciendo lo que siempre deseó; bailar. La consagración de la primavera, El lago de los cisnes, El sueño de una noche de verano y otros muchos ballets…la hicieron olvidar por completo al soldadito.
Durante los años que duró la guerra, el soldado recordaba cada día a su amada y su recuerdo le salvó la vida en más de una ocasión cuando se veía acorralado por fuego enemigo. Su imagen se le aparecía de forma nítida evitando que se abandonara a la muerte en los momentos más difíciles. Lo último que escuchó fue un ruido brusco.
- Abuelo, mira lo que he encontrado: un fusil, un traje de soldado y un soldadito de juguete.
- A ver... Este soldadito me lo regaló mi padre el año que empezó la guerra, lo llevé siempre conmigo porque dijo que me daría suerte. ¡Y vaya si lo hizo! Me salvó la vida en más de una ocasión. Se llevó un montón de balas de plomo que iban dirigidas a mí. Pensé que lo había perdido en el campo de batalla. ¿Dónde lo has encontrado?
- Estaba en el desván con tu traje y tu fusil, dentro de un arcón cerrado con llave. ¿Me lo puedo quedar, abuelo?
- Claro, hijo. Pero cuídalo mucho. Seguro que la abuela lo metió en ese cofre cuando regresé de la guerra y lo guardó con el resto de mis cosas.
El niño lo llevó a su habitación, lo puso encima de su mesilla y le dio las buenas noches. Después se quedó dormido pensando que esa figurita de apenas 10 cm había estado con su abuelo en la guerra. Era un soldado de verdad, su héroe. No era un juguete cualquiera.
Y claro que no lo era, cuando la luz empezó a entrar en la habitación del niño, el soldadito recobró la vida después de casi 30 años de oscuridad y se apresuró para ir en busca de su bailarina. Tenía todo el cuerpo entumecido de la postura en la que había quedado en ese viejo arcón y le costó bastante volver a caminar con paso firme. Buscó a la bailarina por todas partes hasta que alguien le informó de que se casó y que llegó a ser una bailarina importante. No comprendía nada. ¿Cuánto tiempo estuvo fuera? Se miró en un escaparate y vio el paso del tiempo en su rostro. Por primera vez se sintió juguete en manos del destino.
¡Había perdido el amor de su vida! Envuelto en la tristeza, decidió que tenía que ir en su busca. No quería morir sin verla de nuevo y explicarle lo sucedido.
Cuando la bailarina se retiró abrió una pequeña escuela de danza y enseñaba a sus alumnas ballet clásico.
El soldadito se presentó allí y al terminar la clase subió a buscarla. La encontró en una pequeña estancia, una habitación blanca muy acogedora. Había un gran espejo en la pared y un aparato de música reproducía una y otra vez "El Cascanueces" de Tchaikovski. Al encontrarse de nuevo las miradas, la bailarina y el soldadito retrocedieron en el tiempo y se emocionaron como lo hacían cuando eran jóvenes. Hablaron y bailaron varias horas y con lágrimas en los ojos se despidieron rozándose los dedos. Pero debieron perder la noción del tiempo mientras bailaban porque el reloj tocó las 12 campanadas y los dos cayeron al suelo quedando profundamente dormidos con los dedos meñiques unidos.
- Cariño, en cuanto despierte Teresa vas a tener que hablar seriamente con ella. Ya no sé cómo decirle que no juegue con mi colección de bailarinas de porcelana. Las saca de la vitrina y luego me las deja todas por ahí tiradas con sus juguetes. Y por si fuera poco ha dejado la música del cascanueces sonando toda la noche.
Cuento escrito por Rosa Fernández Salamanca
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