Cuenta una antigua leyenda que una bonita flor muy conocida por todos, llamada amapola, despertaba cada mañana con lágrimas de rocío en los ojos.
Se pasaba el día contemplando los insectos que revoloteaban a su alrededor haciéndole danzas de cortejo, y aunque era la flor más deseada del vergel por su color rojo pasión, no podía evitar sentirse triste porque no era libre para elevar su vuelo como otros seres vivos del jardín.
Un día, al despertar, se le escapó un suspiro que transportaba con él su mayor deseo de volar llegando a los oídos de una preciosa crisálida que dormía en el hueco de un tronco cercano.
Monarch Chrysalis by Cotinis.flickr (cc) |
Los niños, de miradas ingenuas y transparentes, advirtieron que el saltamontes no se movía con la agilidad propia de los de su especie por lo que pensaron que estaba herido. Todos intentaban cogerlo una y otra vez, y nadie se daba cuenta de que al final, el pequeño saltamontes acabaría muerto en algún rincón del patio.
Solo un niño, un niño de corazón hermoso, con carita de ángel y sensibilidad extraordinaria pudo ver la amapola que había dentro de aquel insecto. Lo tomó con sus deditos tiernos y con esa dulzura con la que se tocan las flores, lo llevó a un macizo cercano y lo dejó allí, sobre la tierra, esperando que la flor descubra que la mayor belleza es SER lo que uno ES y desee volver a su estado natural.
Desde entonces se ve a Pablo todos los recreos sentado junto al jardín, esperando de nuevo la metamorfosis del saltamontes y recibir a la amapola con su corazón henchido de amor.
Desde entonces se ve a Pablo todos los recreos sentado junto al jardín, esperando de nuevo la metamorfosis del saltamontes y recibir a la amapola con su corazón henchido de amor.
Una noche, mientras Pablo dormía en su cama escuchó la lluvia caer con fuerza y pensó que no podría ir al colegio ni visitar al saltamontes. Se entristeció. De pronto, percibió a la crisálida mágica que vivía en el tronco del árbol como si lo llamara y pensó que si le hablaba desde su corazón bello y hermoso, la crisálida lo escucharía.
-¡Crisálida! ¿Cómo te llamas?La crisálida no contestó.
Pablo no se rindió y con la sensibilidad que le caracteriza volvió a preguntar:
-¿Qué haces metida en tu capullo? ¿Por qué no sales y te conviertes en mariposa?
Una voz dulce y suave se escuchó:
-Soy una crisálida mágica, y siempre vivo dentro de mi capullo. Tengo miedo a salir y que el polvo de mis alas se desprenda causándome un gran dolor que me impidiera volar.
-Pero, si no sales, nunca podrás volar, te secarás y no podremos ver tus bellas alas. Con tu aliento das vida a los sueños de los demás insectos, sin embargo, tú te escondes.
La crisálida se sumió en un largo silencio...pero Pablo no dejaba de hablar con ella:
-Yo quiero que seas mariposa, quiero ver tus bonitas alas y quiero verte volar. No te escondas en tu capullo...eres hermosa.
Yo te cuidaré como hago con mi saltamontes y no dejaré que nadie te haga daño. Te llevaré a mi jardín lleno de amapolas y te cuidaré. No dejaré que el polvo se desprenda de tus alas.
A la mañana siguiente Pablo se despertó sin saber si fue un sueño lo vivido aquella noche, pero desde entonces coge a todos los saltamontes que se encuentra en el patio del colegio esperando que aparezcan la amapola y la mariposa, con el deseo de que juntas colmen su corazón llenándolo de alegría.
Autoras: María y Rosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario