Buenos días a todos, son frescas las mañanas, con olor a
tierra mojada, como me gustan a mí. Y recuerdo un libro que leí hace años que me lo prestó un gran amigo. "Walden, la vida en los bosques" de Henry David Thoreau.
Cuando oigo decir que los vientos suspirarían con
voz humana y que el bosque abandonaría su follaje para vestirse de luto en
pleno verano si algún hombre sufriera por una causa justa...
cuando me recuerdan
que somos hojas y mantillo, cuando me cuentan que la Naturaleza es una dama entrada en años, invisible para la mayoría de las personas, en cuyo oloroso
jardín de hierbas podemos pasear al tiempo que escuchamos sus fábulas…
Cuando
oigo todo esto, es cuando un libro me enamora, es cuando oyes en tus adentros
“Serrana, ya estás perdía”.
Cuando
alguien te hace reflexionar sobre lo numerosas que son las cosas que no
podríamos decir si hubiera que vocearlas, cuando a veces nos empeñamos en
conservar el aire fresco de la mañana, prístino manantial del alba, en una
botella… no está mal que alguien nos informe de que no se mantendrá incólume
hasta el medio día, ni siquiera en el más fresco de los sótanos, sino que
expulsará los tapones mucho antes para seguir hacia el Oeste los pasos de
Aurora.
Es un maravilloso libro, no apto para todos los públicos, solamente para aquellos que estén preparados para compartir las palabras de Thoreau:
"ME FUI AL BOSQUE PORQUE QUERÍA VIVIR DELIBERADAMENTE, ENFRENTÁNDOME ÚNICAMENTE A LOS HECHOS ESENCIALES DE LA VIDA, PARA VER SI PODÍA APRENDER ALGO DE ELLO Y DE ESTA FORMA NO LLEGAR A DESCUBRIR A LA HORA DE MORIR QUE NUNCA HABÍA VIVIDO." THOREAU
Los transcendalistas defendían la vuelta a la naturaleza y al estado salvaje como una manera de comunión con Dios. Thoreau lo llevó a sus últimas consecuencias, retirándose a vivir durante dos años a una cabaña de una sola habitación con una cama, tres sillas, una mesa redonda, un escritorio y utensilios para cocinar. Nada más.
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