sábado, 29 de febrero de 2020

El Jardín de Silvana. Cuento sobre las fortalezas de Cartagena.


Dedico este cuento a mi ciudad natal; Cartagena.  A sus fortalezas físicas y espirituales y a todas las Silvanas del mundo.

Debajo del vídeo tenéis la versión escrita.
Cuento escrito por Rosa Fernández Salamanca






EL  JARDÍN DE SILVANA


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Había una vez una pequeña ciudad construida a orillas del mar. Cuenta la Historia que estaba rodeada de cinco pequeñas colinas y que fue conocida en su tiempo como la pequeña Roma. Con el paso de los años construyeron múltiples fortificaciones que formaron los pilares fundamentales de defensa contra aquellos que querían apoderarse de ella por su gran valor. Dos  faros reciben hoy día al visitante, y lujosos cruceros parten de la ciudad para recorrer todo el Mediterráneo. Es una ciudad milenaria, cuna de grandes culturas y mezcla de civilizaciones.
 En ella, vivía hace muchos años,  un rico comerciante que tenía una hija. Cuando la niña era pequeña su madre falleció y el comerciante prometió en su lecho de muerte que cuidaría de ella toda la vida.  Un día Silvana dijo a su padre:
–Papá, no consigo encontrar la felicidad que todo el mundo anhela. Me gustaría  viajar por el mundo por si pudiera hallarla más allá de nuestras fronteras.
–Pero hija, ¿acaso no tienes todo lo que necesitas? ¿No te he mostrado mi amor cada día?
–Sí, papá,  pero me siento vacía, no encuentro el sentido de mi existencia y la insatisfacción me consume.
El padre se entristeció al pensar que había fallado a su hija y, aunque se moría de pena al imaginarse lejos de ella, decidió que la felicidad de Silvana estaba por encima de sus propios sentimientos. La llamó y le dijo:

–Hija mía, si no encuentras aquí junto a los tuyos, lo que tu alma necesita, no seré yo quien te niegue la oportunidad de encontrarlo en otros lugares. Ahora bien, me gustaría que llevaras contigo algunos consejos que te ayudarán con toda seguridad cuando estés sola y lejos de las personas que te aman.
La hija,  emocionada, esperó atentamente las palabras de su padre.
–Dime, papá, ¿qué tienes que decirme?
–No hija, no soy yo la persona que te puede aconsejar. ¡Escucha atentamente! En cada una de las fortificaciones que defienden nuestra ciudad vive un mago lleno de sabiduría.  Cada una es una gran FORTALEZA humana y espiritual. Ellas han mantenido durante siglos nuestra ciudad en pie y han hecho de ella lo que es hoy día. Cada mago es  sabio en una faceta del ser humano y esconde en su saber uno de los grandes secretos de la Felicidad. Antes de marcharte, te pido por favor que visites al menos a tres de ellos, y al final cierres esta peregrinación espiritual con el Mago del Monte San Julián.

La hija aceptó el consejo de su padre. Buscó en un mapa y se dio cuenta de la cantidad de castillos y baterías que había en cada uno de los cerros, colinas y montes de su ciudad. Se echó a reír porque nunca hubiera imaginado que estos sitios estuvieran habitados, ni mucho menos por magos. Así que, llena de curiosidad, se dispuso a la tarea haciendo al azar tres cruces rojas sobre el plano de su ciudad.

Una mañana se encaminó hacia el Monte de la Atalaya, le faltaba el aire cuando llegó a la cima y  apareció ante ella un castillo bastante deteriorado con 5 baluartes en la planta baja. La puerta estaba destrozada y no parecía que allí viviera nadie.

–¿Hay alguien aquí? –gritó Silvana.

Desde la planta de arriba asomó la cabeza  un anciano que le contestó que tendría que subir por la escalera de caracol de piedra para llegar hasta él. Silvana pensó que ya no tenía fuerzas, había gastado el último aliento pero, un último esfuerzo la llevó junto al mago.  Era un anciano con los ojos cansados y el cabello blanco, irradiaba felicidad mientras observaba la ciudad desde la terraza superior. La belleza del paisaje desde aquel punto estratégico impregnó la mirada de Silvana.

El anciano se giró hacia ella y le dijo:
–Solo desde la distancia se puede ver la verdadera dimensión de las cosas. Busca en tu casa una zona donde puedas construir un pequeño jardín. Elige entre las flores las que más te gusten y planta las semillas. Cuando veas que tus plantas han florecido,  estarás preparada para realizar tu viaje. 
La chica le dio las gracias y se fue  pensando lo mucho que le gustaban las orquídeas blancas.

A  la semana siguiente se había propuesto subir a su segundo destino: el Castillo de la Concepción. Estaba muy cerca del centro de la ciudad y no le costó trabajo llegar a él. No sabía dónde buscar al mago, paseó por todo el recinto,  tropezó  con algunos pavos reales y al final lo encontró echando migas de pan a unos patos que vivían en el estanque; irradiaba felicidad mientras alimentaba a las aves.
–¡Buenos días! –dijo la  muchacha–. ¿Es usted el mago de esta fortaleza?
–¿Mago? Cada uno de nosotros somos magos cuando hacemos algo por los demás. La magia vive en cada una de las personas. Para estos animalitos soy un mago.

Silvana miró a su alrededor y vio el cariño con el que los patos picoteaban en la mano del anciano, y cómo los pavos reales  desplegaban su hermoso plumaje ante él. Se le erizó de pronto la piel al pensar en esa nueva definición de mago: un ser vivo que hace que otros crean que la magia existe.

El anciano, de mirada penetrante, miró fijamente a la muchacha y dijo:
–No pierdas tiempo, hay un montón de seres vivos allá abajo que necesitan de tu magia–. Metió la mano en su bolsillo y puso entre las manos de ella una bolsita imaginaria de terciopelo negro llena de polvos mágicos.

Silvana se marchó emocionada por la lección recibida del anciano. A la bajada, dio un paseo por la zona del puerto pesquero y había un grupo de gaviotas arremolinadas alrededor de un barco que echaba al mar los restos de la limpieza del pescado. Sonrió y pensó que aquellas gaviotas debían creer en la magia.
Regresaba ya  hacia su casa, cuando de pronto, encontró un hombre tapado con cartones bajo el hueco de la escalera de la Muralla de Carlos III, y sin pensarlo, decidió usar sus polvos mágicos con aquel indigente.  Cada día, antes de que el vagabundo despertara dejaba un plato de comida caliente en aquel lugar.

Apenas había visitado  dos fortificaciones y ya intuía la riqueza espiritual que guardaba cada una de ellas. Su curiosidad por seguir aprendiendo cosas de aquellos sabios la estimulaban a levantarse cada día.

A la tercera semana  tenía previsto subir a las ruinas de la Batería del monte Roldán. Aquel día, Silvana disfrutó mucho de la subida haciendo senderismo. Se había levantado la niebla de la mañana, e inconscientemente se vio disfrutando del camino, se fijaba en cada una de las plantas que veía y se paraba a observar las aves. No sintió la prisa por llegar a la cima. Cuando alcanzó el Mirador se sentó en unas rocas y no sabemos el tiempo que estuvo en silencio formando parte del paisaje. El ejercicio había despertado en su interior algunas hormonas llamadas de la felicidad. Algo en su cuerpo empezaba a hablarle.

Como si alguien la estuviera llamando se puso de nuevo en camino. Le quedaba un poco menos de la mitad para llegar a la cima, casi 500 metros sobre el nivel del mar, ¡cuanto más alto, más plena se sentía!
Merodeó por ahí para intentar averiguar en cuál de todos los edificios viviría el mago. Atravesó el patio de retaguardia y echó un vistazo  encontrando varias estancias, y algunos pasillos estrechos y oscuros que le recordaron un laberinto.

El mago apareció enseguida desde el exterior del edificio y la saludó amablemente:

–Me imagino que estás buscándome.
–¡Buenos días, señor! –dijo la muchacha–. He venido a visitarle. Necesito su ayuda.  No sé cuál es la dirección que debo tomar para lograr la felicidad. Me siento confusa entre pasillos estrechos que no sé a dónde me llevan.
–Las sensaciones internas  –dijo el sabio–,  son la brújula que te harán elegir el camino para realizarte en la vida. Si no las escuchas, jamás lo encontrarás. Tienes que prestar más atención a esas señales. Ellas te ayudarán a elegir.
El mago siguió diciéndole:
–Todos tenemos un propósito en la vida, una misión. La felicidad se encuentra en los momentos y en los lugares más inesperados. Solemos tropezar con ella en las cosas que hacemos.

Aquella noche Silvana durmió profundamente. Hacía tiempo que sus pensamientos no estaban tan quietos y una serenidad la invadió.

Todavía le faltaba visitar su última fortificación. Algo estaba cambiando en ella. Sus aventuras la habían acostumbrado al placer de caminar y sentir el contacto con la tierra. Disfrutaba cada vez más de sus paseos en solitario y del silencio de su mente.  Subió al Monte de San Julián pero  nadie salió a recibirla. Se quedó un rato observando el paisaje, llenándose de esa ciudad que la vio nacer. Cuando reaccionó, entró en las ruinas del castillo y al fondo, vio al mago  medio dormido sentado en un viejo sillón.  Era un anciano de cuerpo delgado, las arrugas de su rostro le hicieron pensar en que podría ser centenario. Vestía ropas normales y no había nada en su presencia física que le dijera que era un ser con poderes. La muchacha se acercó sin hacer ruido:

–¿Quién está ahí? –dijo el anciano.
­­­–Soy yo, Silvana, la hija del comerciante. Perdone que le moleste, no era mi intención asustarle.
–¿Qué quieres de mí?  –dijo el anciano.
La muchacha se acercó un poco más para poder mirarlo de cerca y se quedó sorprendida al observar que el anciano no veía.
–Perdone, no sabía que era usted ciego.
–Son muchos años los que tengo ya. Mis ojos se cansaron hace tiempo y mi cuerpo empieza a dar señales de que necesita reposo. Pero dime, ¿qué puedo hacer por ti?
–Señor, llevo varias semanas recorriendo las fortalezas y aprendiendo de los consejos que me dan los magos. Me preguntaba qué tiene usted para mí.
–Acércate  –dijo el mago.
La muchacha se acercó y dejó que el anciano le cogiera las manos. El mago las utilizó para saber cómo era Silvana por fuera, y ella para llegar al interior del anciano. El silencio llenó la estancia y hubo una comunicación profunda entre ellos.
–Las personas están tan atentas de mirar hacia fuera -dijo el mago-,  que pierden de vista lo que hay en su interior. La felicidad está en nosotros. Si no encuentras en ti aquello que buscas, será muy difícil que lo encuentres fuera. Busca en lo más profundo de tu ser: en tu espíritu. La felicidad es un sendero interior que te lleva a la  verdadera FORTALEZA.

Pasaron algunos meses y Silvana se dedicó a cuidar sus flores. No solo usó su magia con aquel vagabundo sino que buscó oportunidades para que otras personas creyeran que existía. Daba paseos diarios. Subió Fajardo, Galeras, el monte de las Cenizas, y Despeñaperros explorando su mundo interno… y en cada acción que realizaba escuchaba  las señales de su corazón.

Al llegar la primavera su padre la llamó:
–¡Silvana…! Hija mía, ha llegado el día. Tus plantas han florecido. El jardín está precioso. Todo indica que estás preparada para emprender tu viaje.
–Papá  – contestó su hija–. Inicié mi viaje el día que sentí que necesitaba hacerlo.

La hija abrazó a su padre y este sintió una nueva fortaleza en ella.



Escrito por Rosa Fernández Salamanca

miércoles, 29 de enero de 2020

Rosa y el sombrerero loco


El sombrerero loco no para de mirar su reloj, es como si  quisiera parar el tiempo. Por primera vez en su vida no va con prisas, no corre, no tiene que ir a ninguna parte, no desea moverse de allí. Dos cafés en la mesa humean en unas tazas de porcelana antigua. Alicia, después de probar un poco de café mira la imagen del gran espejo situado frente a ella. ¡Qué raro! No hay café sobre la acogedora mesa de madera sino unas copas de Martini. Se mira en el espejo y se reconoce a sí misma, pero no es Alicia, va vestida de otra forma y se llama Rosa. No ve al sombrerero loco, es una mujer quien está sentada junto a  ella. Alicia la mira fijamente porque le resulta familiar pero no sabría decir de qué. Se pregunta en qué otra dimensión habría entrado y cuál sería la puerta que le ha permitido acceder a ella.


Rosa, por su parte, atraída por una fuerza invisible no para de mirar también hacia el interior del espejo, y  observa sorprendida a Alicia y al sombrerero tomando café. El espejo refleja un famoso cuento infantil  pero  al mismo tiempo una dimensión paralela de su realidad: no es la primera vez que esos personajes aparecen en su vida. 

María, su amiga, repara en el viejo espejo preguntándose qué habría allí que llama insistentemente la atención de Rosa, pero no ve nada raro; solo dos amigas filosofando sobre la vida.


Es hora de irse, el sombrerero tiene que hacer un viaje muy importante, debe enfrentarse a los lacayos de la reina en el interior del Aula Magna. Deberá acceder al interior de la estancia a través de dos grandes puertas amarillas y será una lucha muy dura contra escaleras de color. Alicia que lo sabe lo atrapa con su bufanda y le mete en el bolsillo sin que se dé cuenta un as de diamantes.

A este otro lado del espejo dos mujeres abrazadas.


                         Relato escrito por Rosa Fernández Salamanca


A mi sombrerero loco. 
Para que el universo le devuelva lo que debería ser suyo desde hace una eternidad.

viernes, 27 de julio de 2018

Mi historia de Amor.

Aquí os dejo mi Historia de amor en vídeo



jueves, 12 de julio de 2018

"Atrapadas" . Historia escrita por Rosa Fernández Salamanca

Versión en vídeo y versión escrita.






ATRAPADAS


Mi amiga Carla y yo paseábamos tranquilamente por Market Street viendo  tiendas y haciendo algunas compras.
  
Formábamos parte de un grupo de turistas haciendo un Tour por la ciudad cuando sin darnos cuenta nos despistamos y fuimos a parar al barrio de Tenderloin, uno de los barrios más peligrosos situado a tan solo unos minutos del corazón de San Francisco.  Se trata de un barrio de yonkis y vagabundos donde la seguridad en las calles deja mucho que desear. 

Delante de nosotras,  a la altura del  785 de Eddy Street, un  hombre asestó tres puñaladas a una mujer.  Nos quedamos paralizadas ante el horror de la escena mientras la gente pasaba de largo. Criticamos duramente la indiferencia  de aquellas personas ante una situación  así y les hicimos un juicio rápido  en nuestras mentes con veredicto de culpabilidad.  Las sirenas de la policía se oían a lo lejos, el cuerpo  de la mujer estaba tirado en el suelo y nosotras observábamos la escena a pocos metros sin saber qué hacer. 

Tenemos grabada la imagen de aquel hombre: alto, musculado,  la cabeza rapada y una calavera tatuada en el brazo derecho con un cuervo negro sobre ella, picoteándole  las cuencas de los ojos.  El miedo se apoderó de nosotras  mientras la policía nos gritaba que nos apartáramos  para acordonar la zona. 
Como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, Carla y yo nos cogimos de la mano y nos dimos media vuelta  buscando el camino de regreso a Market Street.



Regresamos al hotel media  hora antes de la comida, justo para darnos una ducha y bajar al restaurante.  Por la tarde teníamos previsto coger el ferry para visitar el famoso penal de Alcatraz y navegar  bajo el puente Golden Gate. Carla y yo no intercambiamos ni una sola palabra durante la comida.
El peso de la conciencia caía sobre nosotras. Al condenar la indiferencia de aquellas personas nos habíamos condenado a nosotras mismas. 


 

Cogimos el ferry en el muelle 33 y cruzamos la Bahía de San Francisco llegando a la isla en unos 15 minutos.  Cuando desembarcamos, lo primero que nos llamó la atención fue la cantidad de gaviotas que había por todas partes. Nos dieron unos folletos y unos  audioguías en español que narraban la historia del penal.  Visitamos las celdas, el comedor,  la biblioteca y paseamos por los corredores imaginando la vida de los presos en condiciones infrahumanas. Es una visita histórica que goza de cierto morbo para el público ávido de  saber las calamidades por las que pasa el ser humano.


Me impresionó muchísimo el Pabellón de castigo donde se encuentran las celdas de los presos más rebeldes. Nos explicaron las historias de sucesos paranormales ocurridos en la celda 14D,  un agujero oscuro, lúgubre, frío, y con un aire  rancio apenas respirable. Dicen que el dolor  y la tortura  vividos en ella por los presos,  han quedado impregnados en las paredes de la celda y que cualquier persona que entra puede percibirlo. Fue el sentimiento  más espeluznante de toda la visita.


 



La isla alberga una gran colonia de gaviotas que graznan sin cesar y no sé por qué, imaginé  a los presos encerrados en sus celdas,  acosados por cientos de gaviotas merodeando sus cabezas y gritándoles ¡culpables! ¡culpables!


Las fotos que hicimos al atardecer de regreso en el barco, fue nuestro mejor momento del día. 


Por la noche llegamos al hotel muy cansadas y decidimos meternos en la cama pronto aunque no conseguíamos conciliar el sueño. Escuchaba  a Carla dar vueltas, a un lado y a otro, y le pregunté por qué estaba tan inquieta. Bruscamente  me vomitó encima:
- ¡Ese desgraciado nos ha arruinado el viaje! Podía haber tenido el detalle de matarla en privado, sin molestar a nadie. No está bien eso de asaltar  la vida de los demás en plena calle dando rienda suelta a sus instintos más primarios. 


Se quedó tranquila al instante, se deshizo de todo su malestar interior con ese humor sarcástico que la caracteriza. Sé que estaba tan angustiada como yo, pero no por las cosas que expresaba sino por las que callaba, por todo lo que no fuimos capaces de hacer.  Y, a partir de ese momento...,comenzamos a desahogarnos.

Habíamos sido víctimas del miedo en una situación inesperada para nosotras,  aunque lo peor era asumir  que nos habíamos unido a ese gran grupo de personas insensibles a causa de la costumbre.
  
Carla y yo estuvimos en silencio durante unos minutos. El aire se hizo muy  denso, así que otra vez como si nos hubiéramos puesto de acuerdo nos levantamos para abrir el balcón  y airear la habitación. Al descorrer las grandes y tupidas cortinas grises nos echamos a reír como dos locas.  Habíamos olvidado que estábamos en el piso 18 del Park Central con grandes ventanales herméticos  que llegan desde el suelo hasta el techo. Era imposible salir de allí.
Nuestras risas nerviosas y alocadas nos recordaron la colonia de gaviotas de la isla de Alcatraz. Estábamos atrapadas  en una gran celda de lujo con conexión wifi de 4G y televisión con pantalla panorámica. Las gaviotas se convirtieron de pronto en nuestras conciencias y nuestras risas, en graznidos recordándonos nuestro error.


Cuando pudimos acallar el ruido de las gaviotas nos quedamos dormidas.


A la mañana siguiente, después de desayunar, fuimos  al departamento de policía y dimos una descripción completa de aquel hombre.


                           Historia escrita por Rosa Fernández Salamanca




miércoles, 4 de julio de 2018

Mi mundo del revés. Audiocuento. Cuento para reflexionar escrito por Rosa Fernández Salamanca



Aquí os dejo otro cuento escrito por mí. Espero que os guste y no olvidéis suscribiros a mi canal. 
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Si quieres leer el cuento haz clic  aquí

Mi mundo del revés. Cuento para reflexionar. Escrito por Rosa Fernández Salamanca


Aquí os dejo otro cuento escrito por mí. Espero que os guste y no olvidéis suscribiros a mi canal. 
Me podéis seguir en youtube. Versión en vídeo y versión escrita.









Había una vez un bonito campo  de...    

-De amapolas.
- Noo.
Había una vez un bonito campo de....
- De margaritas.
- Noooo.  Calla y escucha.





Había una vez un bonito campo lleno de giralunas.
- Giralunas? 

-Sí.  Son unas flores con grandes y hermosos pétalos blancos. Grandes pamelas cubren sus cabezas para protegerlos del Sol especialmente en los meses de verano. Son tan espectaculares y tan extraños q muy pocas personas han tenido la oportunidad de contemplar uno. Viven en las alturas, encima de las montañas, muy cerquita del cielo y lejos de las grandes ciudades, así pueden ver con claridad la luz del firmamento en las noches de luna. Dicen que estas flores pueden tener tallos de entre 20 y 30 metros de altura porque se estiran cada día para dar las buenas noches a la Luna.

-Hala! Eso no puede ser.
-Que sí, abuelo. En mi mundo del revés es posible todo: puedo hacer realidad cualquier sueño, puedo pintar La Venus de Botticelli  con el pelo corto, escribir libros con muchas páginas en blanco, incluso ser un trovador del siglo XIII que toca el Ukelele mientras dedica canciones de amor a las gaviotas. No hay nada que no sea posible.

-Nico, cuéntame más cosas de ese mundo tuyo.
-Si quieres conocerlo tienes que permanecer en vigilia durante la noche, porque solo cuando el Sol se rinde a la hierba verde y la Luna nos ofrece su cara ilumninada podemos sentir como unos pequeños duendes dormidos en nuestro interior se desperezan suavemente y orientan sus cabezas hacia la Luna.


-Y por qué estas flores no son como los girasoles, Nico? ¿Por qué no les gusta el Sol?
-Porque hacer todo lo que hacen los demás es muy fácil, abuelo, pero tener personalidad y atreverse a SER distinto a los demás es cosa de héroes. ¡Los giralunas son mis héroes! Hacen justo lo que desean, y no se ven cohibidos por leyes que rigen los comportamientos de otras plantas.
¿Tú sabías abuelo, que los girasoles cuando son pequeños se despiertan cada mañana y se mueven hacia el Sol, haciendo un recorrido de este a oeste?
-Claro, Nico de ahí les viene el nombre de girasoles.


- ¿Y qué mérito tiene hacer todos los días lo mismo? ¿No se cansan de tareas rutinarias que no necesitan de ningún tipo de emoción ni creatividad para realizarlas?
¿Sabías que los girasoles cuando dejan de crecer dejan de realizar su danza al Sol? Yo creo que los girasoles son como las personas adultas que cuando crecéis y os hacéis  mayores dejáis de bailar y reír a carcajadas.

 

Los giralunas, en cambio, son como los niños, un poco traviesos, se cuelan en las personas que visitan sus campos de noche y las hacen soñar. Por unas horas les hacen vivir aventuras locas y llenas de emoción, les devuelven la juventud porque son imprevisibles, esos pequeños duendes nunca sabes qué te tienen preparado.
Por eso me gustan mucho los giralunas. Son dadores universales de Vida.
-Oye, Nico. ¿Tú podrías llevarme a ver esta noche esos amigos tuyos?
-Claro que sí, abuelo. Pero tienes que saber una cosa…
-Sí, Nico?


-Pues que si vas allí y los ves, si comes de sus semillas y hablas con ellos jamás volverás a ser el abuelito que eras antes…
-Quieres decir que…
-Sí. Te convertirás en una persona completamente diferente. Harás cosas que nunca te atreviste a hacer antes y es´ posible que mamá y papá incluso piensen que estás loco.
                                

Cuento escrito por Rosa Fernández Salamanca

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lunes, 2 de julio de 2018

Mi soldadito de plomo. Versión personal de la historia. Vídeo. Cuento escrito por Rosa Fernández Salamanca


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Mi soldadito de plomo. Cuento escrito por Rosa Fernández. Mi versión personal de la historia



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MI SOLDADITO DE PLOMO






Los que habéis leído a Christian Andersen sabréis que los protagonistas de algunos de sus cuentos  cobran vida por la noche. No son personas reales, sino juguetes que se despiertan cuando todos duermen y que viven sus propias experiencias.  Las personas que escribimos podemos llegar a forjar sentimientos muy reales por los personajes que creamos, y en nuestras fantasías modelamos la realidad a nuestro  gusto jugando con el mundo de los sueños y la imaginación.  No es posible saber si las cosas que van a pasar en mi cuento ocurrieron de verdad o no.

En mi historia los juguetes cobran vida con los primeros rayos de luz  y  caen en un trance profundo  al anochecer. Nadie sabe lo que sucede en esas horas de oscuridad, en ese vacío de tiempo y memoria.

Lo acontecido en este relato nada tiene que ver con el soldadito de plomo de Andersen. Cualquier parecido con la ficción es pura coincidencia.


MI SOLDADITO DE PLOMO

Hace muchos, muchos años... había un soldadito destinado en una bonita ciudad. Era alto y apuesto como un príncipe y aunque era algo tímido paseaba por las calles orgulloso de sí mismo luciendo su uniforme.


Un  día, conoció  por casualidad a una bailarina de la cuál  se enamoró. La niña no había visto jamás un soldadito tan guapo y solo le bastaron unas cuantas conversaciones para saber que era el amor de su vida. 



Para el soldado no había más bailarina que ella.  Se enamoró locamente. La metió en sus sueños y le hizo un hueco  en su corazón de por vida.
Creo que se enamoraron como lo hacen los personajes de las películas  infantiles, como se enamoraron Anna y Cristoff, Rapunzel y Flynn Rider,  Pocahontas  y John Smith.  Sí.  Se enamoraron como  dos protagonistas de un cuento de niños y  fueron felices durante mucho, mucho tiempo, sin ser conscientes de que eran tan sólo dos juguetes en manos del destino.



Un día el soldadito recibió un comunicado  de que debía ir a la guerra.  Su país lo reclamaba en zonas de conflictos internacionales, no tuvo más remedio que cumplir con su obligación  de soldado,  y  lo hizo con orgullo a pesar del dolor de su corazón.  Se marchó sin volver la vista atrás para que nadie viera las lágrimas en sus ojos.

 

En el trascurso de las interminables batallas el soldado sufrió graves  heridas. El plomo de los fusiles enemigos se instaló en varias partes de su cuerpo, incluso hay en su espalda restos de metralla, que nos recuerdan el nombre de este cuento.






La guerra terminó, y la ciudad se llenó de júbilo al recibir a los soldados que por fin volvían a casa. Todas las familias abrazaron a sus seres queridos  menos la bailarina. Su soldadito no regresó con los demás. 

Lo estuvo esperando durante cuatro años pero ya había perdido la esperanza de que volviera. Quizás su soldadito había encontrado otro amor, o lo que es peor, puede que hubiera perdido la vida en combate. 

 La bailarina por su parte se volvió a enamorar, se casó y era muy feliz haciendo lo que siempre deseó; bailar.  La consagración de la primavera, El lago de los cisnes, El sueño de una noche de verano y otros muchos ballets…la hicieron  olvidar por completo al soldadito.

Durante los años que duró la guerra, el soldado recordaba cada día a su amada y su recuerdo le salvó la vida en más de una ocasión cuando se veía acorralado por fuego enemigo. Su imagen  se le aparecía de forma nítida evitando que se  abandonara  a la muerte en los momentos más difíciles. Lo último que escuchó fue un ruido brusco.



- Abuelo,  mira lo que he encontrado: un fusil, un traje de soldado y un soldadito de juguete.
- A ver... Este soldadito me lo regaló mi padre el año que empezó la guerra, lo llevé siempre conmigo  porque dijo que me daría suerte. ¡Y vaya si lo hizo! Me salvó la vida en más de una ocasión. Se llevó un montón de balas de plomo que iban dirigidas  a mí. Pensé que lo había perdido en el campo de batalla. ¿Dónde lo has encontrado?
- Estaba en el desván con tu traje y tu fusil, dentro de un arcón cerrado con llave. ¿Me lo puedo quedar, abuelo?
- Claro, hijo. Pero cuídalo mucho. Seguro que la abuela lo metió en ese cofre cuando regresé de la guerra y lo guardó con el resto de mis cosas.


El niño lo llevó a su habitación, lo puso encima de su mesilla y le dio las buenas noches. Después se quedó dormido pensando que esa figurita de apenas 10 cm había estado con su abuelo en la guerra. Era un soldado de verdad, su héroe.  No era un juguete cualquiera.



Y claro que no lo era, cuando la luz empezó a entrar en la habitación del niño,  el soldadito recobró la vida después de casi 30 años de oscuridad y se apresuró para ir  en busca de su bailarina. Tenía todo el cuerpo entumecido de la postura en la que había quedado en ese viejo arcón  y le costó bastante volver a caminar con paso firme.  Buscó a la bailarina por todas partes hasta que alguien le informó de que se casó y que llegó a ser una bailarina importante. No comprendía nada.  ¿Cuánto tiempo estuvo fuera? Se miró en un escaparate y vio el paso del tiempo en su rostro. Por primera vez se sintió juguete en manos del destino.

¡Había perdido el amor de su vida! Envuelto en la tristeza, decidió que tenía  que ir en su busca.  No quería morir sin verla de nuevo y explicarle lo sucedido.

Cuando la bailarina se retiró abrió una pequeña escuela de danza y  enseñaba a sus alumnas ballet clásico. 


El soldadito se presentó allí y al terminar la clase subió a buscarla. La encontró en una pequeña estancia, una habitación blanca muy acogedora. Había un gran espejo en la pared  y un aparato de música reproducía una y otra vez "El Cascanueces" de Tchaikovski.   Al encontrarse de nuevo las miradas,  la bailarina y el soldadito retrocedieron en el tiempo y se  emocionaron como lo hacían cuando eran jóvenes. Hablaron y bailaron   varias horas y con lágrimas en los ojos se despidieron rozándose los dedos.  Pero debieron perder la noción del tiempo mientras bailaban  porque el reloj tocó las 12 campanadas y los dos cayeron al suelo quedando  profundamente dormidos con los dedos meñiques unidos.

- Cariño, en cuanto despierte Teresa vas a tener que hablar seriamente con ella.  Ya no sé cómo decirle que no juegue con mi colección  de bailarinas de porcelana. Las saca de la vitrina y luego me las deja todas por ahí tiradas con sus juguetes. Y por si fuera poco ha dejado la música del cascanueces sonando toda la noche.



                       Cuento escrito por Rosa Fernández Salamanca

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