Atiendo
desde aquí
las
andanadas del cielo,
abriéndose paso
tras el haz de fuego,
culebrinas
febriles,
obuses
que
sobresaltan el rostro.
La
bóveda gris
se
desploma
y el
boscaje se resguarda
en su
dosel de pigmentos,
temblando
el terreno,
abrazándose
a su fronda umbría
con el
corazón aterrado.
Pero las
nubes se desbandan
y descarga la lluvia un duende
sobre
la rama enhiesta,
nuevos
vástagos te aman
en las
noches de tormenta.
Rosa
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