Hola amig@s, hace unos días vino a nuestro centro el escultor Jorge García Aznar. Nos dejó un libro con obras de su exposición de 2006 y en la introducción leí algo que me cautivó. Me pareció tan bonito que me gustaría compartirlo con todos vosotros.
Las piedras también tienen sexo
La piedras tienen sexo, igual que tienen historia, una vida propia, casi infinita. En otro tiempo, en otro espacio, en otra dimensión.
Piedras de pechos redondos, de frentes pensantes, dormidas, despiertas, cansadas, simples o complicadas, vergonzosas y pudorosas que se muestran desnudas. Se miran, se sienten, se acercan. Altivas. Tímidas.
Las piedras tienen una existencia distinta. Sienten. Son. Tienen sus mundos y sus clases. Piedras con pretensiones de ser una buena piedra, piedras que emprenden un camino sin retorno, que se comunican ya no con sus semejantes, sino con nosotros, humanos que observan, que palpan y desean.
Hasta que se encuentran en el camino. La piedra y el humano. Los dos se miran. Se comunican. Ella luce toda su belleza. Él la estudia, observa sus curvas, piensa. Galatea -la piedra- se gira de manera imperceptible, se deja ver, brilla aún más bajo ese sol que la calienta día a día. Él -Dédalo- no deja de mirar, con descaro, seguro de sí y con determinación se acerca. Galatea se ruboria y se pone blanca, un blanco puro. Se gira un poco más y le lanza un guiño. Dédalo ya lo tiene claro. Se susurra a sí mismo "eres para mí" que ella entiende leyendo en sus labios. Galatea también sabe que ha llegado su oportunidad.
Y se produce el milagro que él nunca entendió. Ella le habló, le dijo qué quería ser, le habló de sus deseos y le pidió que la hiciera la piedra que siempre había querido ser. Dédalo, atónito y aturdido, no salía de su asombro, pero después de asegurarse de que nadie de su mundo los veía, empezó a acariciar sus pliegues, sus ángulos suaves, imaginó un futuro para ellos. La amó allí mismo con ternura y él, que tenía la facultad del desplazamiento, se llevó a Galatea para darle una eternidad distinta a la que hasta ahora había disfrutado.
En la cantera, la historia de amor entre Galatea y ese ser no pasó desapercibida. Las piedras más veteranas cuchicheaban no sin envidia sobre la coquetería extrema que había utilizado con ese descaro que siempre había tenido y su afán por la notoriedad. Sus amigas no daban crédito a su suerte y la criticaban sin piedad. Y el pedrusco Acis se relamía las vetas de rabia intuyendo que nunca más la volvería a ver.
Días más tarde, el escultor volvió por allí. La aventura con Galatea estaba siendo extasiante. Extenuante del esfuerzo de amar a una piedra tan bella, no se la quitaba de la cabeza. Le encantaban sus pechos redondos, esa mano que acariciaba su cara. La había dejado preciosa bajo ese eucalipto casi centenario, pero Galatea parecía triste y él vislumbró que le faltaba algo.
Había llovido en la cantera. Dédalo dirigió sus pasos siguiendo una fuerza que no entendía, se dejaba llevar por no sabía qué hasta que de pronto, el pedrusco Acis le salió al encuentro. Una piedra en el camino. Desafiante. No lo pensó, se acercó a él y le dijo en voz alta: " Estarás con ella para siempre. Ella te necesita."
Pedro García Raja
Las piedras también tienen sexo
La piedras tienen sexo, igual que tienen historia, una vida propia, casi infinita. En otro tiempo, en otro espacio, en otra dimensión.
Piedras de pechos redondos, de frentes pensantes, dormidas, despiertas, cansadas, simples o complicadas, vergonzosas y pudorosas que se muestran desnudas. Se miran, se sienten, se acercan. Altivas. Tímidas.
Las piedras tienen una existencia distinta. Sienten. Son. Tienen sus mundos y sus clases. Piedras con pretensiones de ser una buena piedra, piedras que emprenden un camino sin retorno, que se comunican ya no con sus semejantes, sino con nosotros, humanos que observan, que palpan y desean.
Hasta que se encuentran en el camino. La piedra y el humano. Los dos se miran. Se comunican. Ella luce toda su belleza. Él la estudia, observa sus curvas, piensa. Galatea -la piedra- se gira de manera imperceptible, se deja ver, brilla aún más bajo ese sol que la calienta día a día. Él -Dédalo- no deja de mirar, con descaro, seguro de sí y con determinación se acerca. Galatea se ruboria y se pone blanca, un blanco puro. Se gira un poco más y le lanza un guiño. Dédalo ya lo tiene claro. Se susurra a sí mismo "eres para mí" que ella entiende leyendo en sus labios. Galatea también sabe que ha llegado su oportunidad.
Y se produce el milagro que él nunca entendió. Ella le habló, le dijo qué quería ser, le habló de sus deseos y le pidió que la hiciera la piedra que siempre había querido ser. Dédalo, atónito y aturdido, no salía de su asombro, pero después de asegurarse de que nadie de su mundo los veía, empezó a acariciar sus pliegues, sus ángulos suaves, imaginó un futuro para ellos. La amó allí mismo con ternura y él, que tenía la facultad del desplazamiento, se llevó a Galatea para darle una eternidad distinta a la que hasta ahora había disfrutado.
En la cantera, la historia de amor entre Galatea y ese ser no pasó desapercibida. Las piedras más veteranas cuchicheaban no sin envidia sobre la coquetería extrema que había utilizado con ese descaro que siempre había tenido y su afán por la notoriedad. Sus amigas no daban crédito a su suerte y la criticaban sin piedad. Y el pedrusco Acis se relamía las vetas de rabia intuyendo que nunca más la volvería a ver.
Días más tarde, el escultor volvió por allí. La aventura con Galatea estaba siendo extasiante. Extenuante del esfuerzo de amar a una piedra tan bella, no se la quitaba de la cabeza. Le encantaban sus pechos redondos, esa mano que acariciaba su cara. La había dejado preciosa bajo ese eucalipto casi centenario, pero Galatea parecía triste y él vislumbró que le faltaba algo.
Había llovido en la cantera. Dédalo dirigió sus pasos siguiendo una fuerza que no entendía, se dejaba llevar por no sabía qué hasta que de pronto, el pedrusco Acis le salió al encuentro. Una piedra en el camino. Desafiante. No lo pensó, se acercó a él y le dijo en voz alta: " Estarás con ella para siempre. Ella te necesita."
Pedro García Raja